Giorgio Manganelli
Es
notorio que el tirano es lascivo, lujurioso, invasor de los cónyuges ajenos,
adúltero, fornicador; si tiene mujer, por lo general le sirve como argumento de
uxoricidio; si tiene una amante duradera, a veces la manda llamar, como hace
con el bufón, pero a menudo la hace detenerse en la antecámara y después la
manda de vuelta a sus habitaciones, siempre con ricos obsequios. Pero con
ninguna mujer comparte las aflicciones de su poder. No es tiranía ésta, sino
una secreta dulzura; puesto que sólo el tirano puede sostener el gravamen de la
Tiranía no sufrida sino ejercida. Y ahora esto entiendo, que yo, bufón entre
tus súbditos sobre quienes tienes poder de vida y de muerte, soy el único que
no sufre tu tiranía; puesto que veo al tirano en cuanto tal, y sabiendo que sin
el tirano yo no sería, yo asiento a la tiranía, es más, formo parte de ella.
Del mismo modo que el tirano, el bufón no tiene mujer, sino muy de vez en
cuando, como materia de pullas. Perdida la gracia insidiosa de la adolescencia,
la mujer es algo obscena, es materia de risa; innoble risa pero ¿qué más queremos?
Llegados a este punto es probable que se espere una “confesión del bufón”,
género que en verdad ha tenido tanta fortuna que se ha convertido en un lugar
común; naturalmente, no se trata nunca de bufones, ya que en ningún caso
existía un tirano. Y si se hubiese tratado de un bufón genuino, y por lo tanto
hubiera habido un tirano, ninguna confesión hubiera sido posible porque ni al
tirano ni al bufón, en cuanto tales, en cuanto partes de un sistema cerrado y
huraño, les es concedida la autobiografía. Por lo tanto diremos apresuradamente
que, como todo aquello que le acaece al tirano forma parte de un razonamiento
general acerca de la tiranía, así todo lo que le sucede al bufón, lascivo y
fornicador en no menor grado que el tirano, pertenece enteramente a las figuras
de la bufonería. Eso significa: no tener autobiografías. Debería decir que la
tiranía está contenida en la bufonería como ésta en aquélla; en suma, que hay
una complicidad tan estrecha que no hay por qué sorprenderse si muchos rasgos
de la una son localizables en la otra, si bien es obviamente imposible distinguir
de qué manera ciertos rasgos son propios de una o de la otra; y si bien nadie tiene
dudas o perplejidades para distinguir la una de la otra. Como siempre, cuando
estoy a punto de expresar una idea, cuando estoy tan próximo a un concepto que
advierto su aliento áspero, me vuelvo torpe, y torpemente incapaz de pullas.
¿Tan indudable es además que no quepan dudas en el gesto de distinguir tiranía
y bufonería? Dicho así, no parece que quepan dudas; pero piénsese cómo no resulta
infrecuente que al bufón le complazca vestir vestiduras de estudiada magnificencia;
y no resulta infrecuente que una cierta deformidad se halle en la definición
del tirano; y, por último,
¿no será verdad que unos restos de singular —en el sentido
de única— obscenidad es reconocible en la una y en la otra? Naturalmente, por
qué no decirlo, la falta de caridad; pero,
sobre todo, el disgusto de la gracia; y aquí me sustraigo a la tiranía de la
ideas —ésta sólo tiranía, porque risa no alberga— dejando estas palabras en su
bufonesca, ésta sí originaria e intacta bufonería, ambigüedad; donde caridad
puede aludir al pordiosero atraído y astuto, cultor de su propia deformidad, obvio
pariente del bufón, y la gracia puede ser aquello que alcanza a los condenados
a muerte por tiranos burlones, y aquello que enflaquece los rasgos de un cuerpo
deseable y frágil, y aquello que apresurada pero fragorosamente hace visible el
entero mundo; acto, este último, propio de una situación refinadamente
tiránica, que como tal permanece, se dé o no esa ambigua palabra que acaba de
pronunciarse ahora, gracia. La gracia es graciosa, la gracia es suficiente, la gracia
es soberana. Esto, si no me equivoco, son pullas, aunque de una clase algo peculiar;
en todo caso, pullas de tiranos, que otras no se dan. Pero ahora surgen otros
problemas, naturalmente risibles problemas de etiqueta; ¿por qué no nos hemos
encontrado? Pero, antes, ¿vamos a hablar de los pronombres? Aquí cambio de capítulo.
Breve fragmento de Encomio del tirano, Traducción de Carlos Gumpert, Siruela, 2003.
No hay comentarios:
Publicar un comentario