Pedro Marqués de Armas
La
explosión del cuartel ocurrió a las 3:30 de la tarde del 18 de mayo de 1910,
justo cuando mi abuela, que vivió 103, cumplía 17 años. El origen fue un fatal
martillazo sobre una de las cajas de explosivos que hizo explotar una y otra
vez la antigua construcción. Fallecieron 77 personas y otras 145 resultaron
heridas.
Resuena
en mi cabeza desde la infancia por unas décimas que mi abuela María se sabía de
memoria. Pero no vine a saber del asunto hasta hace muy poco, cuando, leyendo viejos
periódicos, caí en la cuenta que se trataba del Cuartel de Infantería de Pinar
del Río, más conocido como Ravena.
De
esas décimas dolorosísimas que mi abuela recitaba cada vez que le echábamos una
moneda podría no quedar ni rastro, salvo que alguien las haya recogido (lo que
no parece), o perduren archivadas en algún cerebro de segunda o tercera
descendencia, lo cual es poco probable.
Aun
así, fijaron el acontecimiento durante generaciones, emocionalmente hablando,
quiero decir. A estas alturas no queda otra que revolver gacetillas y
hurgar entre los cronistas. Para ese día se esperaba la aparición del cometa
Halley, por lo que muchos pinareños imaginaron, aterrados, en los primeros instantes, que la explosión era originada por la birlocha de fuego en su
choque con la tierra.
Versos
alusivos a la desesperación y el luto que se apoderó de las familias, las
estrofas que María recitaba eran ellas mismas desesperantes y trasmitían, pese
al paso del tiempo (hablo de los años 80), una sensación de vívido, removido
sufrimiento.
Aquí
o allá algún nombre, alguna alusión al celo de las autoridades, etc., pero se
detenían, sobre todo, en detalles escabrosos, como piernas y brazos volando al
son de cada estallido o cadáveres abrazados (y no solo abrasados) entre el
lamento de los heridos que asomaban –incluso días más tarde- desde los
escombros.
Vesubio
y crónica roja, siempre las identifiqué como las “décimas del acabose”, usando
una expresión cara a María –que también fuera, en su infancia, María Platanito,
tal como la tropa de Maceo la bautizó a su paso por San Luis por llevarle ella
en agasajo racimos a montones que no eran sino el mensaje conciliador de sus
padres canarios.
Así
se explayaba un periódico de época:
“El
cadáver del joven Emilio Sánchez fue extraído de los escombros por su hermano,
el licenciado Leopoldo Sánchez, juez correccional de la Tercera Sección. Se
encontraba abrazado de dicho joven el cadáver de su prima, la señorita Lazo,
que también trabajaba en la Jefatura de Obras Públicas”.
Nombres
que suenan como ya oídos, no me perdono el no haberlos grabado en la voz de
María... Hasta volvió a pasar el cometa Halley.
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