De cuantos viajes realizó a lo largo de su vida, tal vez este fue, positivamente hablando, el más importante para su formación como escritor. En este relato que con el título orteguiano “Un emigrante en la isla de Cuba. La ciudad, el campo y el mar”, publicó en el diario madrileño La Voz entre el 20 y 28 de agosto de 1934, se concreta una experiencia que no es sino el trasfondo vital —y a la vez, el plan de obra— de los cuentos que aparecieran poco antes en Revista de Occidente. Si allí forja un estilo, aquí muestra de modo directo, a medio camino entre autobiografía y reportaje, los avatares de un azaroso desplazamiento por los repartos, cayos y colonias agrícolas de la isla, en lo que constituye —si no me equivoco— la primera narración literaria cubana que involucra en su recorrido a casi todo el país, sus resortes más violentos y conmovedores. Justo en lo espontáneo de la escritura, en el escaso forcejeo mágico, radica la fuerza igualmente deslumbrante de esta pieza, entre lo mejor de su obra. No importa si Lino la concibe a continuación de sus grandes cuentos inaugurales, pues se trata del engranaje afectivo del que parte su narrativa.
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