Léon-Paul Fargue
1
Retorna a los lugares sin amor en
donde se era cruel contigo.
Retorna a los lugares sin dulzura a
donde se regresa siempre.
Están llenos de recuerdos que se
detestan y se adoran.
Allí no se sabría estar orgulloso de
lo que se abandona. Y nada se puede traer bacía lo que se reencuentra.
Allí el tiempo y la distancia
pierden sus mirajes. Ninguna magia brilla.
Allí se han dejado envejecer
vergüenzas e inconsciencia. Ellas os escuchan
caminar sobre la ruta, de
no importa qué tiempo o distancia se venga.
Y allí tú vas a inclinarte una vez
más, desde tu altura, como la más lejana
estrella en el fondo de un
pozo en donde duerme el silencio, en los ojos muertos, sobre el cadáver de las
tinieblas...
2
En
un barrio que aduerme el olor de sus jardines y de sus árboles, la escala del
sueño a lo lejos alza y baja sus acordes en este tiempo de Otoño…
¿Qué bellas miradas se inclinan sobre su
blanco calvario? ¿Qué gestos hacen cantar los sueños dormidos e invisibles?
¿Qué manos han abierto las ventanas sobre paisajes en donde los recuerdos guiñan
como los techos a lo lejos, por relámpagos?
Una linterna espera su
hora al extremo de la alameda arenosa que conduce a la ciudad perdida bajo las
hojas de donde aún cae lluvia ligera.
El ángel está allí, sin duda, en el
teclado, bajo el ala de la sombra, y su bello rostro y sus manos en donde los anillos
sacan sus garras a la luz, brillan con llama que se mueve apenas…
¡Pero el pájaro que sufre y se calla
sobre un secreto de las Islas, se pone
a cantar en su canasta de
oro!
3
(Fragmento final)
Un solo ser os falta
y todo se despuebla...
Te he buscado, te he llevado.
Por todas partes. En un parque desierto con
el quiosco vacío en donde yo estaba solo.
Ante la reja del poniente que se hunde y
apaga como un navío que arde detrás de los árboles...
Un día… en alguna ciudad provinciana de
ojos entreabiertos que se agita y se apaga.
Ante la caricia precipitada de los
expresos...
En alguna tienda en donde se mueven con
aspecto de enojo figuras de ceniza;
En la plaza vacía donde sopla el olvido…
En las arrugas de las calles, en los
gritos de los viajes...
A la aurora, fuera de las murallas, en un
barrio de fábricas,
... Al doblar un muro, un aguacero de
carbones lanzado por manos invisibles;
Un tubo que humea sollozando...
En los suburbios y en los callejones en
donde mugen las sirenas, donde los aserraderos se lamentan, donde los bomberos
son sorprendidos por un regreso de la llama a la Lora en que los ricos
duermen...
Una noche, en un bosque, bajo la multitud
atenta de las hojas que ven hacia arriba filtrarse a las estrellas.
En el olor de las primeras mañanas y de
los cementerios.
En la sombra en que se apagaron los
almuerzos campestres.
Donde los insectos desertaron los
oficios...
Por todas partes en donde busqué a
sorprender la vida.
En el signo de inteligencia del
misterio.
Yo busqué, yo busqué lo
Inencontrable...
Oh! Vida, déjame caer de nuevo, suelta
mis manos!
Tú ves bien que ya no eres tú! ¡Es
tu recuerdo el que me sostiene!
(TRAD. L. C. y A.)
* Luis Cardoza y Aragón
Revista
de Avance, 15 de enero de 1929, pp. 277-79.
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