Antonio Armenteros
“…la extrañeza, una forma de
originalidad que o bien no puede ser
asimilada o bien nos asimila de tal
modo que dejamos de verla como extraña…”
Harold Bloom, El canon occidental.
Estimados lectores, ¿se acuerdan del poeta Almelio
Calderón Fornaris (La Habana, 1966)?,
pues acabo de recibir desde España una antología de su obra. Leyéndola,
estudiándola, sobre todo el develador prólogo del crítico, poeta y médico Pedro
L. Marqués de Armas(1967), mi máquina de recuerdos se puso en marcha y la
Memoria —muchas veces traicionera— me recoloco en los días de mis veintitantos,
treinta años en que de retorno en mi Habana, el bardo Ismael González Castañer (1961)
me contaba, como un poseso, de las reuniones y veladas en casa de Almelio —San
Miguel 522, luego yo viviría a unos pasos en la misma San miguel, sobre la
Asociación de Torcedores— y las anécdotas familiares. Pero fue en el mínimo
habitáculo del vate Rafael Alcides Pérez (1933), cuando no se veía abocado a
esta especie de “muerte civil”, en sustanciosas conversaciones, quien más
ahondó en la participación e importancia de Almelio en la vida literaria de los
años ochenta, del pasado siglo XX. Ganando varios de los certámenes literarios
de la época.
¿Qué pasó desde 1994 en la vida del juglar? Esta y
otras interrogantes son respondidas en la antología que tengo frente a mis
ojos. Publicada por Efory Atocha Ediciones 2013, Colección de Literatura
Hispanoamericana, se intitula De la
pupila del ahorcado que selecciona, recopilación de autor, texto de toda su
existencia. Prefiero realizar un viaje carpenteriano a la semilla y comenzar comentando
los cuadernos que Almelio ha ido publicando durante su larga estadía, travesía
en la madre patria. Ellos son, por orden de aparición/plasmación: “Poner orden en mis tierras(1997-2003) y Los dados de la noche (2010-2012)”. El
último resulta un ejercicio escritural contenido, reflexivo e incómodo en sus
lógicas sutilezas: “Ruinas humanas./ Prisioneros del movimiento de la noche./ Buscamos
¿qué verdad?” Existe una evidente ruptura con su etapa creativa de —por
ejemplo— su libro: Las provincias del
alma (1985-1990), más en la cuerda gala del surrealismo y también un
barroquismo intenso propio: “La poesía, bosque de palabras que custodia una
flauta. Teje su propio umbral, sabe ir hacia los arqueros,…” Su aliento
filosófico posicional es de larga data y ya en su inaugural volumen Fragmentos para un caballo de aire (1982-1995)
nos alerta/ilumina: “Hoy pregunté/ en qué lugares están las puertas para tocar/
—en todos los sitios— gritaron ustedes/ e incluso donde nunca han existido.”
Muchos muros y puertas hemos visto erigirse, derrumbarse y reconstruirse en los
últimos tiempos, sé que es lo circular de la existencia, el fatum. De esa
maquinaria demoníaca y diaria nos previene Calderón Fornaris. Su lírica, leída
atentamente, desde los años ochenta —a sus finales— nos recuerda aquel consejo
semioculto/semiculto, soterrado de Ernest Hemingway (1899-1961) en París era una fiesta: “Mientras la gente
no entiende lo que uno escribe, uno está más adelantado que ella…”
Conviven en él varios temas, pero tres son básicos: el
saber, la verdad y el poder. La manera no ortodoxa y caótica en que se
relacionan desde siempre, desde el día primigenio de la creación del hombre:
“Los que quieran saber la historia/ que sepan la historia./ Los que quieran
aprender a saltar/ que aprendan de saltos./ Los que quieran decir que su
corazón/ es de arena que lo digan./ Los que quieran decir como Anaximandro/ que
el hombre nació de un pez/ cuidado con los pescadores”. La lirica de Almelio
está atravesada por disimiles saberes y experiencias. Leyendo —a nivel mental—
me recoloque en el Período Especial de apagones o alumbrones diarios, bicicletas
chinas, inventos camuflageados en el término indefinido y abarcador de:
lucha, muchos luchadores, gladiadores
que cual marea se han transformado/adaptado en mercenarios y no desaparecen —la
col redescubierta con pasión y esparcida expansivamente en toda su variedad sobre
las mesas familiares—, la ley del más fuerte, esa deshumanizada ley de la selva
en la contemporaneidad, allí se instrumentó una estrategia con un sólido
eslogan: Un dólar para Almelio. Así relacionan su vuelta poética, sus versos
nos aseguran lo que entonces muy pocos intuíamos. Almelio puede ejercer
cualquier oficio del mundo, pero su universo, su existencia resulta esencialmente
poética/creativa, tal como lo expresa su prosa desenfadada en el texto Extinción: “Decido marcharme a casa, me
preparo una taza de té, enciendo la tele, voy al baño, me lavo los dientes,
meo, entro en el cuarto, el reloj marca 4 y 45, me quedo en calzoncillos, leo
alternativamente una antología de E.E. Cummings Buffalo Bill ha muerto y Extinción
de Thomas Bernhard…me pierdo dentro de mí…” Después de tantas lecturas, tantos gestos
y detalles cotidianos, puede que se le haya olvidado, o con deliberación macabra,
no quiere mencionar otro libro capital de Bernhard (1931-1989), leído entre
nosotros atentamente para evitar la depresión, o el suicidio con mucho humor/ironía/cinismo:
El imitador de voces. Fue el mismo
autor que tempranonos alertó sin falsos alardes de gnosis: “El absurdo es el
único camino posible”.
En estos últimos años, durante sus regresos temporales
a La Habana —por cierto, ninguna institución o persona jurídica, particular o
no, lo ha invitado/organizado una lectura entre nosotros. ¿Será un apestado, un
marginado, un no poeta, o un disidente y no un simple emigrante? A veces, hasta
de él mismo. Almelio —en nuestros paseos por La Habana, me niego a utilizar la
palabra: visita—, obsesivo, ha comentado como en sus versos y solo un ejemplo,
donde ya van siendo miles: “La noche extiende/ su interminable/ dominio/ sobre
la ciudad.” Calderón Fornaris se queja dolorosa/angustiadamente de la evidente
desaparición del esplendor de la noche habanera, cubana, devorada por un
galopante provincianismo o lo que es peor: reduccionismo. Una nación literaria
donde su rapsoda más excelso José Martí (1853-1895), reflejó: “Dos patrias
tengo yo: Cuba y la noche”. Dibujada o tallada en las estrellas por Guillermo
Cabrera Infante (1929-2005) en su único: Tres
tristes tigres. Pero si algún puritano me ojea le advierto que Charles Baudelaire
(1821-1867) en su paradigmática: Las
flores del mal, develo para el universo las potencialidades del reino
nocturno o crepuscular. Cuando pensé en la noche, a nivel psíquico, razoné en
un poeta norteamericano hacedor de una gran tradición, me refiero a Walt
Whitman (1819-1892), fusionador como Almelio de las imágenes de la noche, la
madre, la muerte y el mar —me detengo aquí, porque podría escribir todo un
tratado sobre el tema y ese no es mi propósito—, tal vez, sus anversos: “Vivo
en la sortija del mar/ un madero arrastra una estación con un caracol/ la roca
es mi último camino para un surco de luz/ estar en la noche como intermitente…”
O sea que, por su preparación y su intensa labor a través de los años Fornaris
se reubica fuera de toda frontera, todo límite genérico. De eso se trata. A
nuestra generación —como debe ser— se
nos educó en versos y canciones memorables de que: “El poeta es un peregrino.”
La poesía habita las fronteras y Almelio es un Odiseo circular que alguna vez retornará de su
travesía de aprendizaje a su Ítaca habanera, pues también comprendemos que
existe el viajante infinito cuyo recorrido es eterno y al cual el pueblo sabio
denominó como: “Se tomó la coca cola del olvido”, lo sé, no es el caso. Una
filósofa española, feliz exiliada/emigrada entre nosotros, María Zambrano
(1904-1991) nos dijo: “…la realidad rebasa siempre lo que sabemos de ella;
porque ni las cosas ni nuestro saber acerca de ellas está acabado y concluso, y
porque la verdad no es algo que esté ahí, sino al revés: nuestros sueños y
nuestras esperanzas pueden crearla.”
Confieso que he estado más de una hora
riéndome/gozando la dedicatoria almeliana a mi persona, típico en él, cultivador/emanador
de un humorismo entre las fronteras chaplinesca/groucho marxista, a veces, las
más: cantinflescas. Tal vez no recordemos aquella exquisita máxima que
atesoraban celosamente nuestras abuelas: “Todo lo que separe a los hombres lo
logra unir La Cultura —La Literatura.”
Por este motivo retórico hasta donde nos aconseja el Jacques
Lacan (1901-1981) de sus conferencias parisinas en la Sorbonne de 1977, insisto
en inquirirle al lector cubano, despojado de toda antropología irónica poética:
¿Recuerdan al poeta Almelio Calderón Fornaris?
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