domingo, 19 de marzo de 2017

El amor después del amor




Derek Walcott


Llegará el día
en que, exultante,
te vas a saludar a ti mismo al llegar
a tu propia puerta, en tu propio espejo,
y cada uno sonreirá a la bienvenida del otro,
y dirá, siéntate aquí. Come.
Otra vez amarás al extraño que fuiste para ti.
Dale vino. Dale pan. Devuélvele el corazón
a tu corazón, a ese extraño que te ha amado
toda tu vida, a quien ignoraste
por otro, y que te conoce de memoria.
Baja las cartas de amor de los estantes,
las fotos, las notas desesperadas,
arranca tu propia imagen del espejo.
Siéntate. Haz con tu vida un festín.


Trad. Héctor Abad Faciolince y Alex Jadad



jueves, 16 de marzo de 2017

Comer de una manera embrionaria



Ismael González Castañer


La placenta de la niña resultó blanca: Puedes botarla, dijo el obstetra, ya no sirve para nada; todas las placentas de este mundo, rojas, sirven para química, dile que te diga el laboratorista: Es verdad, la roja es básica para antiforforas.

Pero, como en "El retrato oval" (el pintor no sabía que trasponía al cuadro la sangre de la modelo amada, muriendo ésta pronto dio - para "acabar" - la última pincelada), tu hija la dejó blanca: no cumplimos el plan.

Por eso es que la niña hoy, no quiere nada: comía de una forma embrionaria. Saciada precozmente en su pre- natalidad, no quiere carne, y le teme, por demás, a los pellejos. Tiene ahora nueve años y mira con mirar de lontananza, agazapada (como quien esperara matar sin medida, volverse asesino, en la continuación de la película).


Con la placenta blanca, la madre se ha hecho una "jaba", con la que a menudo viaja, acompañada por la misma hija. Sin embargo, si la registras, no lleva nada: previsión de la mamá, que augura, cómo un día, íntegra, la niña se la comerá.


sábado, 4 de marzo de 2017

Monos




Nicolás Guillén


El territorio de los monos.
De acuerdo con los métodos modernos
están en libertad provisional.

El de sombrero profesor.
Con su botella el del anís.
Los generales con su sable de cola.
En su caballo estatua el héroe mono.
El mono oficinista en bicicleta.
Mono banquero en automóvil.
Decorado mono mariscal.
El monocorde cordio
fásico cotiledón.
Monosacárido,
Monoclinal.
Y todos esos otros que usted ve.

Para agosto
nos llegarán seiscientos monosmonos.
(La monería fundamental.)



domingo, 26 de febrero de 2017

Autobiografía



Luis Rosales


Como el náufrago metódico que contase las olas
que faltan para morir, y las contase, y las volviese a contar, 
para evitar errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo 
con una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.



domingo, 12 de febrero de 2017

Hazaña de un sombrero


Agustín Espinosa


Un sombrero es una cosa de superior importancia.

Desde un andamio demasiado alto de una casa en obras lo veía caído abajo, en medio de la calle, esperando a pie firme la hora próxima de una cita exacta. Estuvo a punto de perecer varias veces bajo varias ruedas de automóvil. La brisa de la tarde le libertó de una colilla de cigarro que hubiera terminado perforándole el ala. Un escupitajo cayó cerca de él, que le salpicó, aunque sólo de modo muy ligero. El fino zapato de ante de una muchacha rubia le rozó suavemente, y yo vi el sombrero que se estremecía hasta la copa, dolorido de un sexo formado por asociación de úlceras recientes.

Casi oscurecía, cuando apareció en una esquina un hombre destocado. Atravesó con presura la calle, y, al pasar junto al sombrero, se agachó disimuladamente, lo recogió del suelo y se lo ladeó sobre la oreja izquierda. Luego se perdió más abajo, entre la muchedumbre, constituida a aquella hora exclusivamente por oficinistas y obreros recién salidos del trabajo. Salté hasta el balcón, llamé a mi hermana y salimos juntos, sin que ni una sola palabra se cruzara entre nosotros. La llevaba de la mano como a niña de seis años, cuando tenía ya más de cuarenta. La aupaba a los tranvías sin grandes esfuerzos; la arrastraba más que acompañarla, porque, a pesar de su obesidad indiscreta, era tan baja que nunca llegó a pesar casi nada.

Caminamos así durante varias horas a través de la ciudad. Al final de una calle pequeña, pero tan ancha que, a aquella hora sobre todo, tomaba aires provinciales de plaza, estaba la sombrerería que buscaba. Lo reconocí rápidamente, por su cara de suicida y por una imperceptible quemadura de cigarro junto al lado. Mi hermana se oponía a ponerse aquel sombrero de hombre, alegando que era un sombrero de hombre. Yo traté inútilmente de convencerla de lo arbitrario de una teoría que quería diferenciar sexos ya bien diferenciados. Abusando únicamente de mis fuerzas, logré ponerle el sombrero, que, como le estaba algo estrecho, le congestionaba cruelmente el rostro y le alargaba aún más las arrugas de la frente. Debí de hacerle mucho daño, porque cuando salimos de la sombrerería lloraba. Al amanecer era encontrado en una alameda de las afueras el cadáver de una niña de seis años. Llevaba puesto un sombrero de hombre sujeto por un grueso alfiler, que, perforándole ambos parietales, le atravesaba la masa encefálica.




Agustín Espinosa (1897-1939). Poeta y prosista canario. Medio surrealista, obsesionado con el crimen, uno de los más interesantes de la vanguardia española. Entre sus libros: Lancelot 28º. (1928), Crimen (1934) y Media hora jugando a los dados.