jueves, 7 de abril de 2016

En el Menza




Dolores Labarcena 


Jamás un gulasch me supo tan sabroso, dijo mi compañero refiriéndose al primer plato: un guiso suculento con sendos trozos de carne y condimentado como manda el arte culinario húngaro, con paprika. Este condimento, que procuró una formidable sacudida en él, dio pie a un dilatado coloquio alrededor de las especias. No soy entendida en el tema, pero sé que se obtiene a partir de la deshidratación y molida de determinadas variedades de pimientos. No fue hasta comienzos del siglo XX que un gurú de la cocina francesa, Auguste Escoffier (y esto se halla en Le guide culinaire), lo hizo popular. Para Escoffier, quien dirigiera el servicio de cocina del Mariscal Bizaine durante la guerra franco-prusiana, y que más tarde sirvió a Guillermo II, el uso de ingredientes exóticos era su tarjeta de presentación.

Y como una cosa lleva a la otra, tanto más estando en el Menza, un restaurant en el centro de Budapest -y no en Montmartre, ¡qué bella es París!-, recordé a Spiridon: abuelo del que fuera presidente del Consejo de Ministros de la Unión de Rusia y Bielorrusia, antigua URSS, quien, al igual que Escoffier, gozó del beneplácito de la élite. Para ésta cocinó no en los refectorios de San Petersburgo, sino en el seno acogedor de las dachas donde se tramó, entre otras correrías, la ocupación de Hungría.

El fuerte de Spiridon eran las carnes, y como entrantes, las sopas de pescado. Por tal motivo se ganó los paladares del hermano de Lenin, del mismísimo Lenin, y más tarde de Stalin. El plato favorito, con seguridad, del hombre más odiado de Hungría en lo que respecta a la historia reciente, incluía finas rodajas de cordero magro, patatas cortadas en cubos y cebolla picada. Todo hervido media hora con grasa, hierbas y pimienta. ¡Qué gusto tenía el dictador! 

Por lo mismo me tomé la licencia de fantasear con las delicatessen que un cocinero como Escoffier podría preparar al nieto de otro cocinero con la intención de efectuar un duelo a cucharones. ¿Mignonette de poulet glacée au paprika? ¿Côtelette d'agneau Maréchale? Quizás. Pero ya que la duda se impone, debo aclarar que los invitados de Escoffier, al contrario de los de Spiridon, eran sobre todo aristócratas, corredores de bolsa, sopranos, barítonos, bailarinas, ajedrecistas y propietarios de circos. Y ¡qué ironía!, la mesa de Escoffier iba con servicio a la rusa: un plato a continuación de otro respetando el orden preciso del menú.

Una de esas personalidades a las que sirvió Escoffier fue a la soprano australiana Nellie Melba, a quien dedicara, ya que retórica no le faltaría ni aun en su prolongado exilio inglés, el “Melocotón Melba”. También dedicó otro plato al compositor Rossini, el “Tournedos Rossini”: solomillo de carne salteado con mantequilla y cubierto con rodajas de foie gras servido sobre una rebanada de pan ligeramente frita. Todo aromatizado con láminas de trufa negra y guarnecido de salsa demi-glace hecha con vino Madeira.

Llegados a este punto, y suponiendo que Escoffier preguntara por el linaje o las dotes del nieto de Spiridon: ¿Es descendiente del Zar? ¿Toca la balalaika o el clavicémbalo? Cualquiera respondería ni lo uno ni lo otro. Pero créase o no, una vez chapurreó Blueberry Hill. 

A la par de las especulaciones arribaron  los segundos platos: Bistec con aros de cebollas fritas y Töltött káposzta. El trasiego de bandejas era frenético y el ambiente bastante turístico, por lo que decidí concentrarme en el manjar que había escogido. Al rato aprecié una mueca como de orfandad en mi compañero que, curiosamente, coincidía fraternal, y acaso, de modo reminiscente, con la de cada rostro húngaro. Siendo consecuentes, los húngaros, armados de una férrea disciplina como quien dice hasta ayer, fueron incluso entusiastas donde no cabía improvisación. ¡Qué improvisación podía haber bajo el comunismo y toda su parafernalia! Ese absoluto romántico, ese cordón umbilical que los conectaba no a la madre simbólica sino a la madrastra, se cortó de cuajo con la caída del Muro.

Volviendo a mi compañero: ¡sabrá él, y solo él, qué le recordó esa col encurtida rellena con carne ripiada! Para distraerlo, y protegerme a la vez de lo inquebrantable que es la memoria, máxime cuando somos foráneos y lo seguiremos siendo hasta que escampe, le hablé de consomés, andouillettes, veloutés, flambeados, gratinados, en fin, de las delicias que preparaba Escoffier con mariscos, caviar, trufa, pescados, caza mayor y menor. Pero todo resultó inútil. Permaneció retraído, adusto frente aquel Töltött káposzta, como si de golpe se lo hubiera tragado el pasado y quedara de él únicamente el serpenteo de la propia implosión.


A la mañana siguiente y sin ánimos de hablar del “Emperador de los chefs y el Chef de los emperadores”, y mucho menos de la paprika, es decir, con los pies en la tierra, tomamos un taxi para el  Memento Park, el vertedero de las estatuas del comunismo. Nos recibió un perro andrajoso que ladraba estúpidamente mientras movía la cola. Luego salió el encargado: un anciano con bigote amarillento, jorobado y artrítico, embutido en un overol raído y unas botas de agua repletas de fango. No pudimos diferenciar (los húngaros, es mi percepción, tan difíciles o más que su lengua) si se trataba de un nostálgico o un siquitrillado del régimen, pues, a decir verdad, parecía ambas cosas a la vez. Nos dejó en la sala de proyección en tanto abría el museo: una pequeña cabaña invadida de carteles, retratos, documentos, grabaciones y vídeos. ¡Impresionante! Rollos y rollos de películas en los que aparecen espías y contraespías haciendo gala de sofisticados trucos (de por sí deprimentes) con el propósito de vapulear, delatar, o hacer que cantasen La traviata detractores o cualquier salido del redil. ¿Qué fue de esos individuos?, nos preguntamos. Después de la proyección salimos a la intemperie: decenas de estatuas ancladas indefinidamente en su propio hundimiento y un grupo de ingleses que lo mismo les daba Budapest que Madagascar, con palos de selfies para inmortalizar su paso fugaz por este planeta azul cerúleo.

Ya que al comienzo de esta nota me extiendo en recetas francesas y servicio a la rusa, confieso que antes de marcharnos le hice un tributo al abuelo cocinero del que fuera presidente del Consejo de ministros de la Unión de Rusia y Bielorrusia, antigua URSS… Batí un fular de seda al aire. ¡Camarada Spiridon, he visto las botas de tu último comensal! Fue una tarde bochornosa, por lo que terminamos bebiendo cervezas a orillas del Danubio.Sentados en la piedra más baja”.




domingo, 27 de marzo de 2016

Junto al fuego




Josep Pla 



7 enero

He pasado la noche del 6-7 leyendo las notas de Voltaire al Diccionario filosófico. Brunet sostenía —incluso en los momentos álgidos de su catolicismo— que Voltaire era el mejor escritor en prosa de todos los tiempos. Tiene razón, aunque le falta un poco de poesía. Voltaire sumado a Chateaubriand formaría el fenómeno literario más extraordinario de la lengua francesa. A veces queda muy seco. Trabajo por la tarde para Destino. En cuanto a Brunet, la prensa viene superficial —nada. La decadencia es tan enorme que es ya imposible leer una nota necrológica decente. Ceno en Palafrugell. Montserrat Isern me manda un roscón grande. Hace frío.

1 febrero

La tramontana se entabla de madrugada. Descenso rapidísimo de la temperatura. Día despejado y friísimo. Carta de Vergés: dice que le da la impresión de que el artículo sobre el algodón no pasará. Me dan ganas de emigrar todos los días. Los días como hoy, las ganas son fortísimas. Bonal se ha ido a Suiza por la mañana. Oigo el silbido de la tramontana en la chimenea. Paso el día en la cama; por la noche escribo junto al fuego.

                                                                                                                     1956


Traducción: Concha Cardeñoso Sáenz de Miera

Tomado de De la vida lenta (notas para tres diarios), Ediciones Destino, 2014. 


viernes, 25 de marzo de 2016

Una cabeza humana viene lenta




Emilio Adolfo Westphalen 


Una cabeza humana viene lenta desde el olvido
Tenso se detiene el aire
Vienen lentas sus miradas
Un lirio trae la noche a cuestas
Cómo pesa el olvido
La noche es extensa
El lirio una cabeza humana que sabe el amor
Más débil no es sino la sombra
Los ojos no niegan
El lirio es alto de antigua angustia
Sonrisa de antigua angustia
Con dispar siniestro con impar
Tus labios saben dibujar una estrella sin equívoco
He vuelto de esa atareada estancia y de una temerosa
Tú no tienes temor
Eres alta de varias angustias
Casi llega al amor tu brazo extendido
Yo tengo una guitarra con sueño de varios siglos
Dolor de manos
Notas truncas que se callaban podían dar al mundo lo que faltaba
Mi mano se alza más bajo
Coge la última estrella de tu paso y tu silencio
Nada igualaba tu presencia con un silencio olvidado en tu cabellera
Si hablabas nacía otro silencio
Si callabas el cielo contestaba
Me he hecho recuerdo de hombre para oírte
Recuerdo de muchos hombres
Presencia de fuego para oírte
Detenida la carretera
Atravesados los cuerpos y disminuidos
Pero estás en la gloria de la eterna noche
La lluvia crecía hasta tus labios
No me dices en cuál cielo tienes tu morada
En cuál olvido tu cabeza humana
En cuál amor mi amor de varios siglos
Cuento la noche
Esta vez tus labios se iban con la música
Otra vez la música olvidó los labios
Oye si me esperaras detrás de ese tiempo
Cuando no huyen los lirios
Ni pesa el cuerpo de una muchacha sobre el relente de las horas
Ya me duele tu fatiga de no querer volver
Tú sabías que te iba a ocultar el silencio el temor el tiempo tu cuerpo
Que te iba a ocultar tu cuerpo
Ya no encuentro tu recuerdo
Otra noche sube por tu silencio
Nada para los ojos
Nada para las manos
Nada para el dolor
Nada para el amor
Por qué te había de ocultar el silencio
Por qué te habían de perder mis manos y mis ojos
Por qué te habían de perder mi amor y mi amor
Otra noche baja por tu silencio




De Las ínsulas extrañas, 1933


domingo, 13 de marzo de 2016

La frontera del decir



Horácio Costa

        a Haroldo de Campos, in memoriam

- Conecta con eso.
Y es una piedra.
- Conecta con eso.
Es tierra.
- Conecta con eso.
Es nube. Tiene forma de dragón.
- Conecta con eso.
Es ola. Tiene forma de ola.
- Conecta con eso.
Es chip. Parece Shangri-lah.

No es sílice. Ni silencio. Ni palabra.
Conecta con eso.


                  STRUGA, MACEDONIA, 27 VIII 03



Versión Pedro Marqués de Armas



martes, 8 de marzo de 2016

Junto al lago





Robert Walser 



Una tarde, después de cenar, salí deprisa hacia el lago que ya no recuerdo bien en qué oscura y lluviosa melancolía estaba envuelto. Me senté en un banco colocado bajo las ramas abiertas de un sauce, y mientras me abandonaba a cavilaciones vagas, me imaginé que no estaba en ninguna parte, idea esta que me proporcionó un bienestar singularmente atractivo. Era maravillosa la imagen de tristeza junto al lago lluvioso, en cuyas aguas, cálidas y grises, caía una lluvia diligente y cautelosa, si se me permite la expresión. Mi anciano padre de blancos cabellos se presentó en mi mente, convirtiéndome en el acto en un crío tímido e insignificante, mientras la imagen de mi madre se unía al chapoteo suave y quedo de las delicadas olas. Con el vasto lago mirándome, vi la infancia que a su vez me contemplaba con ojos claros, bellos, bondadosos. Olvidaba por completo dónde me encontraba y volvía a saberlo. Algunas personas paseaban en silencio y con cuidado por la orilla, arriba y abajo; dos jóvenes obreras se sentaron en el banco vecino y empezaron a charlar entre ellas, y fuera, en el agua, en el lago encantador, donde se difundía suavemente el llanto benigno y apacible, los amantes de la navegación se deslizaban en lanchas o barquillas, con paraguas abiertos por encima de sus cabezas, una visión que me hizo fantasear que me encontraba en China, en Japón o en cualquier otro país fantástico, poético. Caía una lluvia dulce, mansa, sobre el agua, y estaba tan oscuro... El pensamiento dormía y un momento después velaba. Un barco de vapor se adentró en el lago; sus luces doradas brillaban en el agua reluciente, plateada y oscura que sostenía al hermoso barco, como si se regocijara por la fabulosa aparición. Poco después llegó la noche y con ella la orden amable de levantarse del banco bajo los árboles, alejarse de la orilla y emprender el regreso a casa.



Traducción: Rosa Pilar Blanco


Sueños. Prosa de la época de Biel (1913-1920), Ediciones Siruela.