(Borrador
en “curso” en lenguaje jergal,
común,
de los antecedentes: Fiumicino, el viejo
castillo
y una verdadera primera idea de la muerte.)
Como
en una película de Godard: solo
en
una máquina que corre por las autopistas
del
Neocapitalismo latino –de vuelta del aeropuerto-
[allá
dejé a Moravia, puro entre sus maletas]
solo, “piloteando su Alfa Romeo”
bajo un sol inenarrable en rimas
no elegíacas de tan celestial
–el sol más hermoso del año–
como
en una película de Godard
bajo aquel sol que se desvanecía inmóvil,
único,
el canal del puerto de Fiumicino
–una lancha de motor entrando
desapercibida
–los marineros napolitanos cubiertos
de harapos
–un accidente de auto, con poca gente
alrededor…
Como
en una película de Godard –redescubrimiento
del
romanticismo en la sede
de
un cínico y cruel neocapitalismo-
al
volante
por
la carretera de Fiumicino,
he
aquí el castillo (qué dulce misterio
para
el guionista francés,
en
el vibrante sol sin fin, secular,
esta
bestezuela papal, con sus almenas
sobre
los setos y viñedos de la fea campiña
de
campesinos esclavos)…
–soy
como un gato quemado vivo,
aplastado
por la rueda de un camión,
colgado
de una higuera por los muchachos,
pero
al que todavía le quedan seis
de
sus siete vidas,
como
una serpiente reducida a caldo de sangre,
una
anguila a medio comer
–la
mejillas hundidas bajo los ojos abatidos,
el
escaso cabello desgreñado sobre el cráneo,
los
bracitos flacos como los de un niño
–un
gato que no revienta, Belmondo
que
“al volante de su Alfa Romeo”
en
la lógica del montaje narcisista
se
deprende de la secuencia para insertarse
en
Sí mismo:
en
imágenes que nada tienen que ver
con
el aburrimiento de las horas en fila…
con
el lento resplandor de muerte de la tarde…
La
muerte no está
en
la imposibilidad de comunicar
sino
en ya no poder ser comprendidos.
Y
esta bestezuela papal, no exenta
de
gracia –el recuerdo
de
las rústicas concesiones patronales,
inocentes,
en el fondo, como eran inocentes
las
resignaciones de los siervos-
bajo
el sol de los siglos,
por
miles de tardes,
aquí,
el único huésped,
esta
bestezuela papal, amurallada,
agachada
entre arbustos y marismas,
campos
de pepinos, terraplenes,
esta
bestezuela papal blindada
por
contrafuertes del dulce color naranja
de
Roma, agrietados
como
construcciones de etruscos o romanos,
está
a punto de no poder ser comprendido.
(fragmento)
Versión Pedro Marqués de Armas (2019)
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