Simon Leys
Dostoievski sufrió una
crisis de epilepsia en el museo de Basilea, ante el Cristo muerto de Holbein. En la pintura occidental, de Grunewald a
Goya, de El Greco a Van Gogh y a Munch, no faltan, me parece a mí, obras
capaces de desencadenar semejantes accidentes en unos organismos
hipersensibles. En cambio, sería inconcebible, por definición, que una pintura china produjera semejante efecto,
aunque la violencia de un Xu Wei o la inquietante extrañeza de un Wu Bin o de
un Chen Hongshou realmente podrían
invalidar esta afirmación. Sin embargo, solo hay una excepción: el angustiante
Gong Xian de la colección Drenowatz (Mil picos y diez mil barrancos, Museo
Ritberg, Zúrich); es una pintura tan densa, que ni gota de aire circula por
ella: el único paisaje sofocante que yo conozca.
La felicidad de los pecesillos. Cartas de las antípodas.
Acantilado, 2011, p. 82.
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