Czeslaw Milosz
Oh,
señor, quisiste hacer de mí un poeta, y ahora es el momento de
hacer el informe.
Mi
corazón está lleno de agradecimiento, aunque haya conocido el
infortunio de este oficio.
Al
practicarlo, llegamos a conocer demasiado sobre la extravagante naturaleza
del hombre.
A
quien cada día, cada hora y cada año le domina la fantasía.
La
fantasía, cuando construye fortalezas de arena y colecciona sellos,
y se admira a sí mismo en el espejo.
Y
se concede la primacía en el deporte, en el poder y en el amor, y
al atesorar dinero.
En
la frontera, en la frágil frontera tras la que se extiende un país
de quejas y de balbuceos.
Porque
en cada uno de nosotros se agita un conejo loco y aúlla una
manada de lobos hasta que tememos que otros lo vayan a
oír.
De
la fantasía surge la poesía, que reconoce su tara.
Aunque
sólo al recordar los poemas que escribió su autor siente toda
la vergüenza de la fantasía.
Y,
con todo, no puede soportar otro poeta a su lado si sospecha que
es mejor que él, y le envidia todos los elogios.
Dispuesto
no sólo a matarlo, sino también a destrozarlo y a borrarlo
de la faz de la tierra.
Hasta
que quede él solo, magnánimo y benévolo con sus subordinados, que
persiguen pequeñas fantasías.
Así,
¿cómo puede ser que de unos inicios tan viles nazca la excelsitud
de la palabra?
He
acumulado libros de poetas de varios países, los tengo ahora conmigo
y estoy asombrado.
Y
es dulce pensar que fui su compañero en esta expedición que nunca
se detiene, aunque transcurran los siglos.
Una
expedición no del vellocino de oro de la forma perfecta, aunque
necesaria como el amor.
Bajo
presión del anhelo amoroso para llegar a la esencia del roble y
de la cima montañosa, y de la avispa y de la flor de la capuchina.
Porque,
en su duración, confirmen nuestra himnicidad frente a
la muerte.
Confirmen
nuestro pensamiento cordial sobre todos los que, como
nosotros, existieron, llegaron a alcanzarlo y no pudieron nombrarlo.
Porque
existir en la tierra ya es demasiado para cualquier denominación.
Nos
apoyamos fraternalmente, olvidando el daño, traduciéndonos unos
a otros en otras lenguas, realmente miembros de una
tripulación errante.
¿Cómo
pues, no podría estar agradecido, si pronto recibí la llamada y
la incomprensible contradicción no me ha arrebatado
mi
asombro?
A
cada salida del sol renuncio a las dubitaciones de la noche y
saludo el nuevo día de una valiosa fantasía.
Traducción: Xavier Farré
Tomado de “A la orilla del río”, TIERRA
INALCANZABLE, Galaxia
Gutenberg, pp.331
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