Pedro Marqués de Armas
La mujer de Poveda, la
hembra-macho de nuestros campos, no quería que Poveda escribiera.
Si lo veía escribiendo,
le decía: Así que otra vez haciendo versitos. Y Poveda respondía: No, Milita,
son cosas del Juzgado.
La mujer del hombre
importante, del abogado en que el poeta se había convertido, lo tenía amarrado.
Casi que lo apartó de las drogas.
Por eso, cuando el poeta
se fue del aire, a vuelo de sapo, la viuda entró en un duelo rabioso. Y Dios la
castigó de nuevo llevándose a uno de los hijos.
Cada vez que abría el
armario y veía la levita colgando, le daba un ataque, sobre todo si era sábado
(porque Poveda murió un sábado).
Ya no volvía de los
pueblos: Media Luna, Maffo, Matías. Únicamente merodeaban los curiosos. Que si había sido un gran hombre, que si un gran poeta, que Dios lo tenga en la
gloria.
Y Milita se sentía
cada vez más rabiosa.
Antes entraba un
salario y no faltaba de nada.
Un sábado, porque era sábado,
sacó los cajones donde había echado la papelería del difunto y los llevó al
patio.
Encendió una hoguera y fue arrojándolos uno tras otro.
Un cuaderno “así de grande” que, se supone, era la novela que escribía de noche, la Amante, como decía Milita con malicia, en la que llevaba doce años trabajando.
Nadie supo muy bien de qué trataba Senderos de Montaña, anunciada una vez como “novela histórica" o de la "emancipación nacional".
Tres cuadernos medianos que, según conjeturas, eran sus diarios y donde, además de anotar sus visiones, sueños y lecturas, registraba con escrúpulo las dosis de morfina.
Otros, más pequeños,
en que se veían algunos caracteres chinos y que tal vez se correspondan con sus
últimos y ya átonos poemas.
Cartas, dibujos, acuarelas
del amigo Boti, un diploma de Derecho.
Y, finalmente, la traducción completa de Rimes Byzantines de Augusto de Armas, su ídolo parnasiano.
Todo eso ardió.
Cuando acabó de incinerar el último papel, Milita sintió una extraña paz y se tendió a la sombra de una algarroba. Pero no le duró mucho. A la noche intentó quitarse la vida empinándose un frasco de arsénico.
Curioso que, habiendo obrado con fuego, no se diera candela.