domingo, 20 de julio de 2025

Virgilio, sácanos de este infierno



Luis Chitarroni


Se pasó la vida dándole la espalda a cuanta persona o cosa le pudiera sacar beneficio, dándole a la escritura un valor y una valía excepcionales y únicos, insulares. Tal vez por eso también, el único libro de poemas que dejó, La isla en peso, no pretenda sino averiguar a dónde llegamos y dónde estamos en cada momento de nuestras vidas, en las islas instantáneas que el pleno instante no se toma el trabajo de moldear: “Poseo más estigmas en el cuerpo/ que los que exige su iglesia”, escribe el autor de La carne de René.

Desde que se lee el primer cuento de Virgilio Piñera, casi seguramente el insomnio que Silvina Ocampo, Borges y Bioy incluyen en su antología fatal, oímos que a nuestras espaldas Virgilio se va. Oímos, vale decir, Virgilio crea un efecto acústico de vacío, de alejamiento, de concavidad. Si se tratara de una mera ilusión (creo no ser supersticioso), qué curiosidad averiguar aquello que oiría quien estuviera de veras con él cuando el escritor cubano se fuera de veras. Gombrowicz, por lo menos, en El Querandí o en la Confitería Rex, en tiempos en que Virgilio formaba parte de la logia, partida o comité que se dedicaba a traducir Ferdydurke del polaco.

Muchas otras cuestiones plantea esa traducción, pero en cuanto a Virgilio sólo una: ¿por qué se le habrá ocurrido a Witoldo que Virgilio podía intentarla? ¿Lo había leído Gombrowicz en castellano, o de Virgilio emanaba el mismo coraje y el mismo miedo para no reverenciar el mundo, sobre todo el mundo intelectual?

Virgilio Piñera nació en 1912 en Cárdenas, Matanzas, Cuba, y pasó los primeros años de su vida entre Guanabacoa y Camagüey. ¿Guajiro mixto? Ocupó, para algo que necesitó desocupar el escritorio primero, poemas, ensayos, teatro (que acaso podría ocupar el primer lugar), narraciones de variada extensión. Así como su vida fue atestiguada por lo menos por tres escritores, su devoción por la poesía cubana tiene también tres apóstoles: Julián del Casal, Juan Clemente Zenea y José Jacinto Milanés.

Este gusto por lo propio, que es a veces lo más ajeno, se desprende de su vida a los arañazos, no sin violencia, como sus idas (dudosamente escapes o regresos), como sus fugas. De modo que el escritor pequeñito, provisto casi siempre de un paraguas, merece como pocos la caracterización de cine mudo con que se proponen a la vez evocarlo y averiguarlo. En realidad, el Virgilio legendario se pega al Virgilio anónimo, que le dio prioridad de huida a Buenos Aires; sospechaba en ella un cosmopolitismo que nunca se propuso explorar. O que exploró de sobra, a su manera enjuta.

Dio con Gombrowicz porque el tropiezo parece ser el gag imprescindible de los cómicos de slapstick. En realidad, da la sensación de que anduvo por la ciudad como caminaba por La Habana, como solía verlo o acompañarlo Antón Arrufat, quien le dedicó un libro incomparable, Entre él y yo, que guarda esos secretos favoritos de la profesión, los que se niegan a confesar aquello que revelan, una verdad general pero difusa; no vale la pena averiguarla.

Los escritores que van de aquí para allá sin motivación real, como perdidos, son autistas a los pies de alguna circunstancia o circunspección obligatoria. Es ese método pérfido el que le permite saber qué renglones o estrados caminarán después sus personajes: René, que ya había recorrido El camino de toda carne, de Samuel Butler, o Electra Garrigó, comediante y mártir.

Cuando las caminatas de Virgilio tenían un destino, el derrotero solía ser olímpico. Iba por el Paseo, donde está la estatua de bronce de Zenea. Que vivió en el destierro para volver y ser fusilado, con las acusaciones de traidor y espía, rumbo a la casa de Lezama Lima.

Si a Julián del Casal, Virgilio pudo decirle: “Como un pájaro ciego/ que vuela en la luminosidad de la imagen/ mecido por la noche del poeta, una cualquiera entre tantas insondables/ vi a Casal/ arañar un cuerpo liso/ bruñido,/ arañándolo con tal vehemencia/ que sus uñas se rompían,/ y a mi pregunta ansiosa respondió/ que adentro estaba el poema.”

“Apártate de él”, le dijo a Antón Arrufat Eloísa Lezama, hermana del poeta de Enemigo rumor, “es un pájaro de talento amargo”. Rapsodia de los rasguños del mulo, a todo pareció tratar de igual modo Virgilio, algo que inventa un repertorio de matices, porque los objetos y los sujetos son lo que exigen diferencias de grado y desagrado, sobre todo cuando se intenta averiguar de ellos la circunstancia de su concentración en la entrada en materia.

Virgilio fue un experto en eso porque era su “pasión y su paciencia”. Esta última, en resumen parece poca, pero la vida entre reinos que se gastan es a la vez como una partida (de ajedrez) y una canción de gesta.

Virgilio vigila la hora de su reloj pulsera para asegurar su puntualidad. “La puntualidad es la cortesía de los reyes”, se vanagloria. Es una máxima stendhaliana, que tiene la modestia feliz de su repertorio inefable, despojado de las respetables ínfulas de La Rochefoucauld y otros moralistas. Stendhal se había tomado la responsabilidad y el trabajo civil de no serlo. Virgilio la de ser, como Arrufat, un “muerto civil”, el huésped de la hospitalaria beatitud de otros difuntos en civilidad.

Va con su paraguas y los espaguetis, parte de la frugal ración que se permiten después de leer en voz alta –dramaturgos insulares– la obra de alguno de ellos. Contra el manjar lezamesco, contra su cornucopia, esta cena racionalizada. Por circunstancias ajenas a sus voluntades literarias, ambos escritores deben de seguir enfrentándose.

En una literatura tan austera y secreta, Virgilio Piñera es un maestro de la adjetivación; nunca parece que la necesita, sino, sustantivo como Brancusi, sólo que no la necesita. Llega a ella con la misma abstinencia que camina, que se dirige a algo, estatua de la que sospecha, y merece, extraer el trofeo y enigma, o ritual del que saldrá con algo valiosamente íntimo, por ignorancia o por indiferencia.

Virgilio supo escribir en contra, como Gombrowicz. Y contra aquello que no supo, sabía oponer el fantasma de su vocación sin consuelo, esqueleto quijotesco exento de vehemencia y armadura. Por eso queda atrás, dándonos la espalda. No le importa que nos alejemos por un rato. Sabe que, aun con la certidumbre de no encontrarlo, vamos a regresar a buscarlo. A encontrar su vastísima ausencia que en nada se parece a su apariencia. O que imploraremos, como lo hace Severo Sarduy: “Es por eso que a Roma, y de rodillas,/ iré a exigir que lo proclamen santo”.



Publicación original en Clarín; tomado de Incubadora. Archivo, Academia & Aceleración de Ideas.

©Piñera y Gombrowicz en Buenos Aires 


sábado, 19 de julio de 2025

El slow return

 



Luis Chitarroni 


Porque un segundero irredento, una

 

tonsura alrededor, un derrotero,

un empeine jurásico, una irrevocable

circunstancia, el edicto de Nantes. Porque alguna

niaiserie en compota, una saga

rojinegra, cárdena, Stendhal

 

cuando una ciénaga agrupada

agolpada, encabalgada como la tormenta cejijunta

de Empson. La negrura

en general. La cerrazón.

                                                     Oíd, mortal.

 

Acaso merezcamos

todas las veleidades

las paradojas en falsete

del espacio exterior.

 

Acaso nos hayamos

atorado

de prestar atención

a todo lo que juiciosamente

nos rodea, nos cierne, nos ciñe,

 

y el propósito siguiente,

como un paso que nos negamos

a dar, ensucie

el círculo de tiza caucasiano

o un anciano lo reduzca,

calzada, círculo al fin, Giotto,

derrota de la moral

por esprit de géometrie.

 

Santo y seña sin interés,

remoto Monte Calvo,

descenso. Scrotum,

oid, mortal.

Nos consta, nos consta

que no recibiremos

 

Putas en Bizancio.

Linneus, Oh (Ío) Linneus!

Que nadie nos granjeará

 

Amistad con los mandarines,

los mandamases,

la silva estrella, toda preocupación

formal estéril es, habida cuenta

de que babea (Lezama dixit)

el principio formal

 

y ahora o nunca. Ahora, nunca

(lo mismo da) los sempiternos

garabatos de cualquier teología,

trazados en la giba de contrato

del camello o dromedario

que no pasará por el agujero,

 

ingenuamente predica:

oíd, mortal.

Oíd, Godzilla.

No esperaban esto. La puñalada trapera,

el anuncio litoral

esta tonsura epilógica, episcopal

me gustaría ser Yervuchenko, Vachel Lindsay

                                        ¡Walt Whitman!

 

Después de sonrojar y sonrojarme,

y sonrojadamente arrojar

lejos la estrella equidistante

 

a tu grupa mi moral

 

esta plegaria retoza.

Rezo, equidistante estrella, vivir

de a ratos así. Vivir, sí, de a ratos.

 

¿Cómo pedirle al Maestro,

cómo pedirle a Rumí.

Autorización para, ah, Sarlo o serlo?

¿SAKI?

 

Ah, Barabtarlo. No ese poeta al rastrón

-no se es poeta al rastrón-.

Oíd, mortal.

 

Se espera y expide de veras

se esquiva la posta y la venia

se reconcomian se desdeñan

 

Pensar que ayer

crédito le di.

 

Aunque nada tengan ya

que ver el spermatikos logos

con los barbelognósticos,

con los heterocistos.

 

No se es poeta al rastrón

no se es poeta al rastrón

interroga de nuevo a los enhiestos.

Inaugura en raíz íntima

de los internados

la salud mental.

Virtuoso por fin

el leve viento

que gracias a su oído de sermón oí.

 


De Una inmodesta desproporción, Buenos Aires, Mansalva, 2023, pp. 181-84.


jueves, 10 de julio de 2025

Un gato en un piso vacío

 


Wislawa Szymborska

 

Morir, eso no se le hace a un gato.

Porque qué puede hacer un gato

en un piso vacío.

Trepar por las paredes.

Restregarse entre los muebles.

Parece que nada ha cambiado

y, sin embargo, ha cambiado.

Que nada se ha movido,

pero está descolocado.

Y por la noche la lámpara ya no se enciende.

 

Se oyen pasos en la escalera,

pero no son ésos.

La mano que pone el pescado en el plato

tampoco es aquella que lo ponía.

 

Hay algo aquí que no empieza

a la hora de siempre.

Hay algo que no ocurre

como debería.

Aquí había alguien que estaba y estaba,

que de repente se fue

e insistentemente no está.

 

Se ha buscado en todos los armarios.

Se ha recorrido la estantería.

Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado.

Incluso se ha roto la prohibición

y se han desparramado los papeles.

Qué más se puede hacer.

Dormir y esperar.

 

Ya verá cuando regrese,

ya verá cuando aparezca.

Se va a enterar

de que eso no se le puede hacer a un gato.

Irá hacia él

como si no quisiera,

despacito,

con las patas muy ofendidas.

Y nada de saltos ni maullidos al principio.


 

Trad. Abel A. Murcia Serrano


jueves, 3 de julio de 2025

Dostoievski

  


JAHANBEGLOO

¿Puede hacerse un paralelo entre el personaje de Bazarov y algún personaje de Los endemoniados?

BERLIN

No, porque Dostoievski realmente odiaba a los radicales. Usted sabe que él mismo lo fue antes de 1849. Lo cierto es que empezó a pensar que eran materialistas destructivos que trabajaban contra la salvación del hombre por la fe cristiana; una fuerza satánica. Cuando oyó que Netchaiev estaba envuelto en el asesinato de un miembro de su propio partido, sin duda un traidor, pero en realidad porque pensaba que la complicidad en un crimen cohesionaría al grupo, se convenció de que en aquello iban a caer todos los revolucionarios. Los endemoniados es una referencia al Nuevo Testamento: Cristo hace que el diablo posea a los canallas gadarenos, y éstos se ahogan. De ese texto tomó Dostoievski el concepto de endemoniados. Pensaba que los revolucionarios pueden llegar a infectar a la gente común de locura satánica, llevándola a destruirse inevitablemente. La revolución, para Dostoievski, era un cami-o hacia la autodestrucción, y Netchaiev un ejemplo extremo de las consecuencias últimas del pensamiento revolucionario: mentiras, perversión moral, asesinato, pecado contra el Espíritu Santo, deshumanización total.

JAHANBEGLOO

Parece que Dostoievski hubiera profetizado el advenimiento de la Revolución rusa y el stalinismo.

BERLIN

Así es. Estoy seguro de que habría reaccionado igual que Solzhenitsin. Solzhenitsin se cree Tolstoi, pero se parece mucho más a Dostoievski.

JAHANBEGLOO

¿Por qué denunció Dostoievski a Turgueniev?

BERLIN

Porque lo consideraba occidental y, por tanto, traidor a las aspiraciones del espíritu ruso. En Baden-Baden se lo dijo. Turgueniev era un liberal, un miembro de la intelligentsia, mientras que la salvación estaba únicamente en la Santa Rusia.

JAHANBEGLOO

¿Cómo es que nunca ha escrito usted sobre Dostoievski? 

BERLIN

Me doy cuenta de que es un genio, pero no me identifico mucho con su filosofía de la vida; es demasiado religioso para mí, y encima clerical. Además, leer a Dostoievski me amedrenta: puede llegar a dominarme totalmente. De pronto uno se encuentra en una pesadilla, el mundo personal se le vuelve obsesivo, siniestro, y uno quiere escaparse. No quiero escribir sobre esto. Es demasiado fuerte, demasiado oscuro para mí. Soy irremediablemente secular. El cristianismo de Dostoievski es de esa clase en que la santidad limita con la locura.

JAHANBEGLOO

¿Como en Kafka?

BERLIN

No. Kafka es más compasivo. Es más realista. En Kafka todo está descrito con cierta ironía y los objetos son de lo más naturales. Dostoievski es como una lupa. Si uno pone una lupa sobre un papel a la luz, lo chamusca. El papel se distorsiona. Lo mismo hace Dostoievski con la realidad. La luz es tan fuerte que quema. Esto lo dijo el crítico Mi-jailovski, que llamó a Dostoievski "talento cruel", y es cierto. Hay momentos en que es demasiado salvaje, como D. H. Lawrence o Knut Hamsun. 

JAHANBEGLOO

Bueno, es la luz del genio. 

BERLIN

No, es el fuego. Distorsiona la realidad.

JAHANBEGLOO

¿Está de acuerdo con Sergei Bulgakov, cuando sostiene que las novelas de Dostoievski expresan el dolor moral y la enfermedad de la conciencia de la intelligentsia rusa?

BERLIN

No estoy de acuerdo. Porque yo estoy de parte de la intelligentsia rusa -gente esencialmente sana, aunque inquieta- y contra Bulgakov. En un tiempo Bulgakov había sido uno de ellos, pero se convirtió. La observación a que usted alude la hizo después de hacerse cura. Tras la Revolución de 1905, los que buscaban la salvación espiritual se dieron a pensar que la intelligentsia rusa se había equivocado; para ellos 1905 fue una especie de bancarrota. Habían empezado en la izquierda y se volcaron bruscamente a la derecha, contra las reformas radicales, contra toda acción política; y se volvieron hacia sí mismos, buscando salvarse mediante la transformación individual.

JAHANBEGLOO

¿De ese modo cambió Berdiaiev?

BERLIN

Sí.


Isaiah Berlin en diálogo con Ramin Jahanbegloo, Anaya & Muchnik, 1993, pp. 224.


miércoles, 25 de junio de 2025

A mi padre

 


Leonardo Sinisgalli


El hombre que regresa solo

tarde en la noche de la viña

agita los nabos en la bañera

brota del callejón con la paja

manchada de verdín.

El hombre que lleva tan fresca

suciedad en sus zapatos, olor

de fresca noche en su ropa

se detiene en la fuente, habla

con un estanciero que arranca hinojos.

Es un hombre, un pequeño hombre

al que observo de lejos.

Un punto vivo en el horizonte.

Quizás su pupila

se ilumine esta noche

junto al estanque 

donde seca su frente.

 


A mio padre


L’uomo che torna solo

A tarda sera dalla vigna

Scuote le rape nella vasca

Sbuca dal viottolo con la paglia

Macchiata di verderame.

L’uomo che porta così fresco

Terriccio sulle scarpe, odore

Di fresca sera nei vestiti

Si ferma a una fonte, parla

Con un ortolano che sradica i finocchi.

È un uomo, un piccolo uomo

Ch’io guardo di lontano.

È un punto vivo all’orizzonte.

Forse la sua pupilla

Si accende questa sera

Accanto alla peschiera

Dove si asciuga la fronte.



Traducción: Pedro Marqués de Armas