lunes, 21 de mayo de 2018

Epígrafe




Leonardo Sinisgalli 


Cuando partiste, como es nuestra costumbre,
separaron en el cofre tus objetos pequeños y queridos.
Te pusieron la sombrilla para el sol
porque partías a un reino tórrido
y te vistieron de blanco.
Eras todavía una niña,
una niña difícil de criar.
Así fuiste acogida con resignada dulzura,
custodiada y conducida a la luz
como espiga madura en un campo agotado.
Yo recuerdo, hermana, tu gorjeo
cuando te encerrabas a llorar en el portal
porque querías subir al techo para quedarte.
Sólo eras feliz si lograbas elevarte del suelo.

Te pusieron en el cofre los objetos más queridos,
incluso una moneda de oro en la mano
para darle al barquero que te habría acompañado
a la otra orilla. Y nos quedamos acá
en la casa enorme que sabías revolver como un saco.
Durante días nadie tuvo ganas de ordenarla.
Nos recogimos en torno a la chimenea,
pensando en tu gran viaje,
con la tristeza de enviarte sola a un país desconocido.
La abuela llevaba años esperándonos.
Por años ninguno de nosotros había sido llamado.  
¿En la inmensa plaga, en aquella larga cuarentena,
cómo hicieron para reconocerse?

Te habíamos puesto dentro del cofre los objetos más queridos,
tu sombrilla, tu peine, un pequeño manojo de flores.
Mi madre te seguía en cada paso, de la casa
a la iglesia, de la iglesia al cementerio.
Daba refugio en su estancia a cada mariposa,
y mantuvo largo tiempo la casa abierta
con la esperanza de que pudieras volver.

Un día una mujer vino a tocar a la puerta,
a decirnos que te había soñado.
Tenía una hija enferma, una compañera tuya,
y tú la habías visitado.
En sueño le hablaste a aquella mujer, preguntaste por algo
que ella no sabía: porque no oía en el sueño
y tú hablabas y parecía que preguntaras por una cosa
que en la confusión de la despedida se olvidó.
Mi madre revisó entre tus cartas, 
se detuvo a buscar en tus cuadernos uno a uno.
Miramos por última vez
tu escritura tierna, tu diminuto nombre
escrito por tu pequeña mano.
Atamos con una cinta blanca tus cuadernos
que habíamos olvidado. La niña te los llevaría.
Acomodamos tus cuadernos en el cofre
de la compañera que tú habías elegido.
También ella iba vestida de blanco
hacia el tórrido reino del que nunca nadie ha regresado.


EPIGRAFE

Quando partisti, come è nostra usanza,
inzepparono la cassa dei tuoi piccoli oggetti cari.
Ti misero l’ ombrellino da sole
perché andavi in un torrido regno
e ti vestirono di bianco.
Eri ancora una bambina,
una bambina difficile a crescere.
Pure fosti accolta con rassegnata dolcezza,
custodita e portata alla luce
come matura la spiga in un campo esausto.
lo ricordo, sorella, il tuo pigolìo
quando ti chiudevi a piangere sulla loggia
perché volevi andare sul tetto a stare.
Eri felice soltanto se potevi sollevarti un poco da terra.

Ti misero nella cassa gli oggetti più cari,
perfino una monetina d’oro nella mano
da dare al barcaiolo che ti avrebbe accompagnata
all’altra riva. Noi restammo di qua
nella grande casa che tu sapevi rivoltare come un sacco.
Per un po’ di giorni nessuno ebbe voglia di riassettarla.
Ci raccogliemmo intorno al camino
pensando al tuo grande viaggio,
alla tristezza di mandarti sola in un paese sconosciuto.
La nonna stava ad aspettarci da anni.
Da anni nessuno di noi era stato chiamato.
Nell ‘immensa plaga, in quella lunga quarantena
come avete fatto a riconoscervi?

Ti avevamo messo dentro la cassa gli oggetti più cari,
il tuo ombrellino, il tuo pettine, un piccolo mazzo di fiori.
Mia madre ti seguiva ad ogni tappa, dalla casa
alla chiesa, dalla chiesa al cimitero.
Dava ricetto nella sua stanza ad ogni farfalla,
e tenne per lungo tempo la casa aperta
nella speranza che tu potessi tornare.

Un giorno una donna venne a bussare alla porta,
a dirci che ti aveva sognata.
La donna aveva una bimba malata, una tua compagna,
e tu avevi visitata.
Parlasti in sogno a quella donna, chiedesti qualcosa
che ella non sapeva: perché non sentiva in sogno
e tu parlavi e pareva che chiedessi una cosa
che nella confusione del distacco era stata dimenticata.
Mia madre rovistò tra le tue carte,
stette a lungo a cercare i tuoi quaderni a uno a uno.
Guardammo per l’ultima volta
la tua scrittura tenera, il tuo esile nome
scritto dalla tua piccola mano.
Furono legati con un nastro bianco i tuoi quaderni
che avevamo dimenticati. La bambina te li avrebbe portati.
Aggiustammo i tuoi quaderni nella cassa
della compagna che tu avevi prediletta.
Anch’essa venne vestita di bianco
nel torrido regno da cui nessuno è mai tornato.



Traducción: Dolores Labarcena y Pedro Marqués de Armas


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