lunes, 30 de abril de 2018

Glosa a las aventuras de Hans Rockle


Cintio Vitier


En cuanto a mí –dice Eleonora Marx en sus Recuerdos–, de todas las innumerables y maravillosas historias que me contaba Mohr, la que más me gustaba era la historia de Hans Rockle. Es raro que nadie se haya ocupado de escribir estas historias llenas de poesía, de espíritu y de humor…

Sin duda es raro.
Más raro, aún, todo el asunto.
Cierto que eran pasatiempos; pero un juego
que duraba «meses y meses»,
con la coherencia de un solo relato,
es algo que exige una extraña, secreta energía.
Quisiera oír el timbre
de las risas, ver las ropas, el brillo de los ojos.
Siendo esto imposible, me pregunto:
¿tal vez la fantasía y la ternura
iluminan el socavón de su trabajo,
como el sueño vinculado a la vigilia?
Lo cóncavo ajusta en lo convexo.
Si Mohr salía de la estructura y la superestructura
para entrar, con su hija, en las historias de Hans Rockle,
algo sabía Hans Rocle de Mohr
que Mohr no sabía de sí mismo.
Sus historias venían del cuento original.
Los narradores son indiferentes,
como es indiferente que escriban o no escriban:
el cuento prosigue ramificándose como un árbol
que es siempre el mismo y distinto.
Pero este contador, paseando con su hija
por las calles y los parques de Londres,
llenos de olores y colores sepultados con ellos,
pensadlo bien, no es un contador indiferente,
ya que de su maciza cabezota estaba saliendo
la revolución contra los dioses.
Porque él adoptó el lema de Prometeo:
«En verdad a todos los dioses odio».
Porque él en verdad estaba haciendo la revolución
«contra todos los dioses,
celestiales y terrenales,
que no reconocen la conciencia que tiene el hombre
de ser la divinidad suprema»,
según dijo.
De la batalla que él había entablado
contra todos los dioses
¿Qué sabía Hans Rockle,
saliendo de su sueño, en la cálida voz paternal,
frente a los ojos maravillados de la niña?

Hans Rockle –sigue diciendo Eleanora en su Recuerdos– era un mago a lo Hoffman, con una tienda de juguetes y ningún dinero en la bolsa. En su tienda se encontraban los objetos más extraordinarios: hombres y mujeres de madera, gigantes y enanos, reyes y reinas, maestros y operarios, cuadrúpedos y aves tan numerosos como en el arca de Noé, mesas y sillas, equipajes y cajas grandes y chicas. Aunque fuese un mago, Hans jamás podía pagar sus deudas ni al diablo ni al carnicero, y por eso tuvo que vender al diablo todas sus cosas una por una. Después de muchas, muchísimas aventuras y quid pro quos, todas las cosas volvían siempre a la tienda de Hans Rockle.

Un mago hoffmaniano
en su fantástica juguetería
no tiene escapatoria:
es un hijo impulsivo de los sueños.
¿Qué mensaje nos trae
con su gorro puntiagudo?
Lástima que el viejo Jung
no le arreglase las cuentas al viejo Mohr.
En todo caso, el simpático Hans Rockle
es bastante elocuente para un simple aficionado.
El viejo Mohr soñaba con una fuerza
capaz de poseer todas las cosas
convertidas en simulacros;
y capaz de engañar al Diablo,
aunque estando siempre en deuda con él.
Si el Diablo quería esas imágenes
es porque representaban otras tantas almas vivas.
Si Hans Rockle se las daba una a una,
para seguir viviendo,
es porque tenía con él secreto pacto.
Si las imágenes volvían a su tienda
es porque Hans Rockle había vendido su alma
a cambio de la magia de poseer
las imágenes materiales de todas las cosas.
¿Qué tenía el mago en su almacén?
Antes que nada, «hombres y mujeres de madera».
Recordemos al quiché: «Y al instante fueron hechos
los muñecos labrados en madera.
Se parecían al hombre, hablaban como el hombre
y poblaron la superficie de la tierra.
Existieron y se multiplicaron;
tuvieron hijas, tuvieron hijos los muñecos de palo;
pero no tenían alma, ni entendimiento,
no se acordaban de su Creador, de su Formador».
¡Qué habían de acordarse –eh, Hans?
El Diluvio, dice el quiché, los aniquiló.
Por eso el mago también tenía
«cuadrúpedos y aves tan numerosos
como el arca de Noé».
Sólo que no estaban vivos como en el Arca,
ni suponían ninguna salvación,
sino el encadenamiento de todas las cosas
al juego pavoroso del mago y el Diablo.
El buen Mohr inventaba las historias
para divertir a la niña. La niña crecía.
El tiempo cruzaba como el chal de un hada.
Por la noche, diminuto, burlón, fosforescente,
Hans Rockle se asomaba a curiosear
las gigantescas páginas que había escrito el viejo Mohr.

Algunas de tales aventuras –termina Eleonora en sus Recuerdos– daban frío y ponían los pelos de punta; otras eran cómicas.

(Nota final del glosador: Exactamente
así es).

La Habana, 13 de febrero de 1964


Ver aquí el excelente “Tres notas sobre Cintio Vitier", de Ernesto Hernández Busto, donde analiza y reproduce el poema de Vitier (incluido en Inventario de saldo. Ensayos cubanos, Leiden, Bokeh, 2017).  

Marx


Pablo de Rokha

La voluntad socrática, ardiendo con fuego aritmético,
cuadrado y helado, regía
aquel gran corazón sin entrañas.

Su horizonte astronómico
de las máquinas biológicas la precisión teniendo, 
y lo dramático y lo dinámico,
era del material relativo del infinito;
algo muy duro, como hecho, limitable en volumen inminente,
y cuya expresión cristalina buscaba las aguas.

Piedra y hierro besándose por amor preciso y definitivo.
Amaba con el cerebro,
a aquella humanidad eterna de su laboratorio.

Un mapa sonoro atravesábale las vísceras,
y el animal que habla y que llora,
era un hecho, no era un sueño en su estatura.

Y anhelaba, matemáticamente, lo armónico.

Su sentimiento era un pensamiento pensando,
y existir era su misterio.
Sin embargo, creía en la vida regida por el hombre.

Huían los dioses hacia la superestructura histórica,
frente al puñal cerebral del materialismo y sus métodos,
como una gran bandada de navíos;
la canalla metafísica, hoy, en el instante de la verdad
heroica y el enorme cara a cara a la existencia,
el celeste crimen ahorca en el palo solar del oriente que adviene.

Primero el hombre, el hombre y su dominio,
la verdad-sociedad, generando la historia expresada y
definida en héroes,
mañana el arte gigante y sin clase, como mito.
Comer y procrear, certidumbres,
flor de la lira marxista, escalonándose en pirámides,
santo del álgebra, poesía comunista.

Expresando la razón técnica,
en la escala jerárquica de los valores, la conciencia específica,
intuye los fondos obscuros,
arrasa la causalidad temporal-espacial y emerge
su actitud, goteada de espanto,
ortodoxa y estupenda de razonamientos,
y la pálida matemática.
Cabeza de libro, Marx,
y un orden del orden que canta, rimando su gramática,
clavel de miel sociológica.
Bramaba la tonada de la plusvalía,
el poema de los cálculos matemáticos, y la belleza y
la justicia económica,
la canción funeral, a la verdad burguesa;
y el viento de fuego de los héroes, azotando su esperanza,
hacía flamear su ideal, como un pabellón rojo.

Lección de virtud científica,
piedad ecuménica, bondad astronómica, arrasando
la compasión capitalista.

Presencia, energía, dureza,
un metal infantil, modelándose en grandes edades.

Dios sin leyenda.

sábado, 28 de abril de 2018

La revolución



Juan Breá (Neneno)

un grito de "¡fuego!
ha encendido el ocaso burgués
de la larga espera
en las manos ociosas de los parados
han crecido las uñas hasta hacerse bayonetas
en la taquicardia fatal de las ametralladoras
aprenden los obreros
su primera lección de taquigrafía
contra el suelo se estrellan pesados
los huevos de dinamita
que ponen los aviones en el cielo
en multicolor confetti de metralla
se salen las granadas en el aire
la tierra coqueta
se pinta con sangre la boca
y con humo de pólvora el negro de los ojos
sobre el lomo del viento
galopa un olor sonoro de epopeya
es que las balas de la revolución
han silbado la tragicomedia burguesa
y a Jesucristo socialdemócrata
le han operado la cruz y el domingo
no comprendéis? Es Carlos Marx que pasa
se han apagado un momento
los grillos en todos los relojes
empieza una hora distinta
de la ceniza apagada de su canción de cuna
se enciende el canto colorado de los gallos
y la luna? ¡Mierda para la luna!
y para ese crepúsculo capitalista
que explota los mejores colores de mi corbata
ya suena una hora distinta
ya se enciende para todos los obreros
una nueva alba de oro
en el culo quemado de sus pipas 

                                   Habana y enero 1932

                                  
 Agora. Cartelera del Nuevo Tiempo, número 4, 15 enero 1932. 

 Tomado de poetassigloveintiuno.blogspot.com.

viernes, 27 de abril de 2018

El Jardín


Virgilio Piñera 


Un jardín me ha construido el sueño
para que en él yo sueñe la realidad;
allí los muertos, los vivos, los ausentes
conversan entre sí animadamente:
a mi difunta madre yo le he oído
quejarse de las frutas del mal año,
y decirle a mi padre que yo soy
un niño desterrado de su amor.

De pronto ha aparecido Robespierre
sentado en su carreta del patíbulo
vendiendo una cabeza con gusanos
mientras grita: ¡Manzanas coloradas!
Mi padre pide una, y él le dice:
¿Cuál prefieres? ¿La de Dantón?
¿La de María Antonieta?
Pero mi madre, viendo una cabeza
en donde por las cuencas de los ojos
asomaban dos uvas temblorosas,
la eligió, y Robespierre le dijo:
Es para mi un honor que usted me coma.

Lo que leí en los inciertos libros
ahora lo veo señaladamente:
Nerval se va a ahorcar en la Vieille Lanterne,
Zenea se dispone a ser fusilado,
Casal en su hemoptisis se consume,
y en Dos Ríos Martí la patria funda.

De Henry James los niños misteriosos
se acercan a su aya desencarnada
para confiarle que ellos están viendo
un hombre vivo en lo alto de la torre.
Sonriendo ella asiente y pone un dedo
sonbre sus labios como diciéndoles:
Todo es posible en el reino de la muerte.

Aún no salido de mi asombro escucho
de Carlos Marx la voz tronitonante:
Aunque quieras los ángeles no existen.
Vas caminando por una estrella calle,
o por el ancho mar o el aire surcas
y no hay ángeles que choquen con tu vista;
sólo hay seres humanos y animales
que mueven como pueden su existencia.
Tu pensamiento debes concentrar en ellos,
en una esquina abandonar la fantasía,
dejarla ciega, que se estrelle sola,
y tú decir con convicción profunda:
Somos materialistas convencidos.

Ya no tienen cabida en este mundo
las locas invenciones de la mente,
las gorgonas se han ido para siempre,
en los océanos no hay buques fantasmas,
y aquel que caminó sobre las aguas
se ha perdido en el lago de los Quantas.

En el teatro de los idealistas,
Hegel (si lo pudieras ver), menos que ambiguo
está, olímpico, detrás de la cortina,
sentado entre la tesis y antítesis.
Ni hay público para escuchar su verbo:
toda la fenomenología del espíritu
es un sólido bloque de materia
contra el que las mónadas se estrellan.

Tú estás aquí, en este jardín,
estás bien muerto y, sin embargo,
oigo tu voz hablando de materia.
Y Marx contesta: No soy yo el que te habla,
eres tú el que sueña.
Estás vivo y estás soñando
que yo te hablo de la materia,
de la que tu sueño es una parte.

Dime, le imploro, ¿el que está muerto
en su hoyo es mecido por el sueño?
Yo he muerto, dice Marx, y tú aún eres
materia viviente. Hablo por tu mente,
y en nada soy mecido, al menos que tú digas
que yo me estoy meciendo.

Desde un púlpito con blancos espectrales
la voz de un sacerdote cae helada:
Los designios de Dios son insondables,
y aunque las naves viajen a la Luna
en tierra nos quedamos con el tiempo.
Sólo el espíritu puede redimirnos
de tal arena aciaga, y esta envoltura corporal
convertida en gusanos, y que surja
la eternidad empapándose en la Muerte.

Muy lindas tus palabras -dice Marx-,
pero las naves viajan a la Luna,
y en tú cabeza tus ángeles vuelan
como las moscas sobre el cadáver.
Enseña a tu rebaño que el poema,
en las casas mentales, siempre ocupa
un lugar irrisorio, y diles
que vivimos en un mundo
donde soñar es como estar ya muertos.

                                                                  
                                                              1965


martes, 24 de abril de 2018

Karl Heinrich Marx



Hans Magnus Enzensberger

abuelo gigante
con barbas de Jehová
sobre daguerrotipos sepias
veo tu rostro
con un aura canosa
autoritario y belicoso
con tus papeles en la cómoda:
cuentas del carnicero
discursos de apertura
órdenes de arresto

tu cuerpo macizo
lo veo en el libro de detenciones
gran traidor
displaced person
con levita y pechera
tuberculoso insomne
la bilis saturada
por los cigarros fuertes
los pepinos salados
el láudano
los licores

veo tu casa
de la rue d'alliance
dean street grafton terrace
burgués gigante
tirano doméstico
con pantunflas gastadas:
tizne y "mierda económica"
y casa de empeño "como siempre"
ataúdes de niño
y chismorreos

no hay metralleta
en tu mano de profeta:
yo la veo en el british museum
debajo de la lámpara verde
rompiendo tranquilamente
tu propia casa
con una paciencia terrible
fundador gigante
por el amor de otros hogares
en donde nunca despertaste

rabí gigante
te veo traicionado por los tuyos:
sólo tus enemigos
permanecieron lo que eran
veo tu rostro
en el último retrato
de abril del ochenta y dos:
una máscara de hierro:
la máscara de hierro de la libertad.

                                                 1964


Versión de Heberto Padilla

Poesías para los que no leen poesías, Barcelona, Barral Editores S. A, 1971.

Aportes


Reinado Arenas

Carlos Marx
no tuvo nunca sin saberlo una grabadora
estratégicamente colocada en su sitio más íntimo.
Nadie lo espió desde la acera de enfrente
mientras a sus anchas garrapateaba pliegos y más pliegos.
Pudo incluso darse el lujo heroico de maquinar pausadamente
contra el sistema imperante.

Carlos Marx
no conoció la retracción obligatoria,
no tuvo por qué sospechar que su mejor amigo
podría ser policía,
ni, mucho menos, tuvo que convertirse en policía.
La precola para la cola que nos da derecho a seguir en la cola
donde finalmente lo que había eran repuestos para
presillas («¡Y ya se acabaron, compañero!»)
le fue también desconocida.

Que yo sepa
no sufrió un código que lo obligase a pelarse al rape
o a extirpar su antihigiénica barba.
Su época no lo conminó a esconder sus manuscritos
de la mirada de Engels.
(Por otra parte, la amistad de estos dos hombres
nunca fue «preocupación moral» para el estado.)

Si alguna vez llevó a una mujer a su habitación
no tuvo que guardar los papeles bajo la colchoneta y,
por cautela política,
hacerle, mientras la acariciaba, la apología al Zar de Rusia
o al Imperio Austrohúngaro.

Carlos Marx
escribió lo que pensó
pudo entrar y salir de su país,
soñó, meditó, habló, tramó, trabajó y luchó.
contra el partido o la fuerza oficial imperante en su época.

Todo eso que Carlos Marx pudo hacer pertenece ya
a nuestra prehistoria.
Sus aportes a la época contemporánea han sido inmensos.

                                                                         
                                                                 (La Habana, junio de 1969)

sábado, 21 de abril de 2018

Karl Marx Died 1883. Aged 65



Antonio Cisneros


Todavía estoy a tiempo de recordar la casa de mi tía abuela 
y ese par de grabados:  "Un caballero en la casa del sastre", 
"Gran desfile militar en Viena, 1902".
Días en que ya nada malo podía ocurrir. Todos
llevaban su pata de conejo atada a la cintura.
También mi tía abuela –20 años y el sombrero de paja 

bajo el sol, preocupándose apenas
por mantener la boca, las piernas bien cerradas.
Eran hombres de buena voluntad y las orejas limpias.
Sólo en el music-hall los anarquistas, locos barbados
y envueltos en bufandas.
Qué otoños, qué veranos.
Eiffel hizo una torre que decía hasta aquí llegó el hombre. 

Otro grabado:  
"Virtud y amor y celo protegiendo a las buenas familias".
Y eso que el viejo Marx aún no cumplía los 20 años de edad 
bajo esta yerba –gorda y erizada, conveniente a los campos de golf.
Las coronas de flores y el cajón 
tuvieron tres descansos al pie 
de la colina y después fue enterrado
junto a la tumba de Molly Redgrove 
"bombardeada por el enemigo en 1940 y vuelta a construir".
Ah el viejo Karl moliendo y derritiendo en la marmita los diversos          metales
mientras sus hijos saltaban de las torres de Spiegel 

a las islas de Times
y su mujer hervía las cebollas y la cosa no iba 
y después sí 
y entonces vino lo de Plaza Vendôme 
y eso de Lenin y el montón de revueltas 
y entonces
las damas temieron algo más que una mano en las nalgas 

y los caballeros pudieron sospechar
que la locomotora a vapor ya no era más el rostro
de la felicidad universal.

"Así fue, y estoy en deuda contigo, viejo aguafiestas".


miércoles, 11 de abril de 2018

Diario de un tuátara (fragmentos)



Dolores Labarcena


Mientras Nekane le manifestaba al profesor de Tai Chi su enojo por la no inserción de tecnología punta en la última remodelación del geriátrico, como el exoesqueleto robótico que, según ella, les serviría a los inmóviles o con escasa movilidad, quienes, como Lázaro, soltarían al instante las muletas y sillas de ruedas, yo no daba abasto. Extenuada. Preparar el Salón de Ocio, ubicar uno por uno a todos los residentes, cuidar que no acabasen con las palomitas y la Coca Cola antes de empezar la película. Nekane, la aclamé con cierta sequedad: ¿Empezamos? Hace rato estoy lista, pronunció con unos ojos tan abstraídos que semejaba un niño sobre un tobogán. Por favor, le ordené, encárgate de los del fondo. Dile al profesor de Tai Chi que prepare la película. Haré una breve introducción, vamos, vamos…

(PROEMIO)

Presten atención, por favor. ¿Listos? Bueno, bien… como sabemos, hoy corresponde cine. Aquí Nekane y el profesor de Tai Chi. Sin ellos estas actividades culturales serían una quimera. Un aplauso, solicité, y todos aplaudieron menos Encarna y Carles, era de esperar. Proseguí. La película que proyectaremos para pronto debatir es El ladrón de caballos del director chino Tian Zhuangzhuang. Fue realizada en 1986. Para no dilatar más la presentación, únicamente diré que se trata de un pobre montañés que se llama Norbu. Norbu es un hombre joven, sin oficio ni beneficio, y  por tanto, se ve obligado a robar. No obstante lo único que puede robarse en esas montañas de China, se sobreentiende, son caballos. De ahí el título. Cuando se descubre en la tribu que es él y no otro el ladrón, su vida se va al garete. No les avanzo más. Con ustedes: ¡El ladrón de caballos!, anuncié con énfasis y se hizo un silencio que podía cortarse con un cuchillo. Atención total. Ochenta y tres minutos, ni más ni menos. Al principio solo se escuchaba el castañetear de las dentaduras. De las palomitas dulces y saladas me encargué personalmente; anhelaba que se sintieran en una sala de cine. Al final el debate. Carles el primero en pedir la palabra.

(DEBATE SOBRE EL LADRÓN DE CABALLOS)

-¡Uf! ¿No podían poner Bienvenido, Mister Marshall o El verdugo de Berlanga? Dado que estoy aquí prefiero reírme, no mirar desgracias. Tuve las mías también, y no me quejo. Por menos que eso a un primo mío lo ahorcaron en Mauthausen. Y sepa, con acompañamiento musical y todo. ¿Ha oído J’attendrai? Si robó que lo parta un rayo. A mí no me van los ladrones… Soy un hom…

-Sí, Carles, lo comprendo, pero esto es ficción. Son actores. Para la próxima recogeremos sus propuestas.  ¿Qué le pareció, Candela?

-Excelente la interpretación del chino. La actriz una anodina. Se le murió el chiquillo y ella tan campante, no soltó ni una lágrima. Pésima. En cambio la abuela divina. Un temple que le salió fuera cuando mandó al nieto a la porra. No conocía a ese director. Una vida sin ver películas profundas.

-Espere, Encarna. Diga, Evaristo.

-Un drama rural. No niego que tenga su enseñanza. Pero es un drama rural. ¡Acción! Lo que me gusta es el cine de acción. Sueño con ver Los invencibles. Ese Depardieu es un fenómeno.

-Imagino su interés. Trata de la petanca. No, todavía no está en la biblioteca. Ahora, Encarna, es su turno. Hable.

-¡Bah! Pongamos por caso que es lícito birlar por su modus vivendi, y que por ventura hubiese salido ileso de esa. Bien, ¿qué pretende, que nos solidaricemos con el personaje? Le cuento, a un tío mío lo mandaron a la cárcel por hurto de aves de corral, para ser explícita, una gallina. Sí, señora mía, y yo testifiqué en su contra, incluso teniendo lazos de consanguinidad. La ley es la ley. Además, no me conmueve en absoluto. La miseria es igual para todos, ¿no? Observe usted a Rosendo. Un discapacitado con una pensión paupérrima. Y no es ladrón. Yo, por ejemplo, pasé un hambre de Jesucristo es Dios, y tampoco robé. ¡Menesterosos! Estos directores de cine no saben lo que es la clase trabajadora. Según Marx…

-Gracias, Encarna. ¡Ruego silencio, por favor! ¿Qué opina usted, Rosendo?

-No, solo quería decirle a Encarna que si ella no se ha visto en un espejo. Peor que la gallina del tío. De la película no voy a opinar. ¡Anda ya! Gilipolleces. En los Pirineos yo perdí…

-Sentimos su incidente, Rosendo. De verdad. Pero estamos en medio del debate. Usted, Raymundo, qué dice.

-Cuando estuve en Luisiana con la Power Band conocí a un indio chitimacha que vivía en la reserva de Charenton. Ese día llevaba una buena merluza, me caía, vaya. Y el chitimacha con el dale que te pego: cómprame la cesta, cómprame la cesta… hasta que se la compré. ¡Qué bárbaro! Diez dólares la cesta y ¡adiós, muy buenas! Más nunca lo vi.   

Bien. Todos animados, pero dejemos que opine Eustaquio, que también tiene derecho. Hable, Eustaquio. ¿Qué le pareció El ladrón de caballos?

-Allos, allos…

-Entonces le gustó la película, ¿verdad, Eustaquio? Lo noto emocionado.

-Nado, na…


Poco éxito con El ladrón de caballos. O poca concentración. Muy pendientes los primeros veinte minutos de la película, pero en cuanto vieron a Norbu cargando lo que parecía una calavera rumbo al río con la tribu atrás tirándole piedras, empezaron a gritar salvajes, fascistas, comunistas, otros berreaban cuatrero, chorizo, bien merecido lo tienes, y cosas así. Democracia participativa. La única que en el ardor vociferaba la letanía de siempre era Luisa: ¡Juan, Juan! Un error. Tenerlo en cuenta para la próxima. 



Diario de un tuátara es un viaje a través de la ilusión, no del conocimiento. Un viaje sin despegue que no hace justicia a la conocida frase de Montaigne pegada por el narrador junto a otras muchas en su nevera. La protagonista, calada por una visión si se quiere publicitaria, escribe una novela al modo de Thomas Mann, analiza películas y hasta adapta una obra teatro para el asilo de ancianos donde trabaja como asistente social. Pero tras este convulso ajetreo propio de un homo turisticus cuyo optimismo linda con la candidez, no hay sino la compañía de una gata y el absorbente proyecto de viaje en que se enfrasca motivada en apariencia por el plagio de un cómic que tendrá como consecuencia un suicidio en Nueva Zelanda. Zapping dialéctico y visual en el que se reciclan poemas, series televisivas y “máximas filosóficas”, estos empeños tienen como corolario otro montaje: el geriátrico Sant Tomàs d`Aquino en tanto basurero de la memoria, donde, si bien discurren relatos más realistas, se les reduce igualmente a una visión comercial, o meramente cómica, del fin de la vida.