miércoles, 21 de octubre de 2015

El dulce señuelo de la inmortalidad





Juan Goytisolo


Cuando leí la propuesta de una diputada argentina de trasladar solemnemente los restos mortales de Borges desde Ginebra, en donde falleció, al cementerio bonaerense de La Recoleta para su eterno reposo junto a los próceres y padres de la patria, incluida Evita Perón, me puse a temblar. ¡Otra vez la ceremonia grandiosa, los discursos grandilocuentes, la exposición del féretro en el Congreso de los Diputados, las notas vibrantes del sacrosanto himno nacional! Quizás esta dichosa exhibición de autobombo a la que son tan proclives -probablemente por contagió francés- los países de lengua hispana convenga a los héroes y caudillos o a los vates y artistas identificados con los valores y rasgos del país en el que nacieron.
Sería puro disparate trasladar los restos de Borges desde Ginebra al cementerio de La Recoleta. Pero, en el caso del autor de El Aleph, es puro disparate. Borges, como los grandes creadores, disfruta del privilegio de la extraterritorialidad. No pretendió hacer carrera alguna en el gremio de las letras ni puede ser invocado por ninguna agrupación religiosa, ideológica ni nacional. Como Joyce, Proust o Kafka pertenece a sus lectores. Su obra concierne tanto a un lector argentino como a un árabe, chino, escandinavo o brasileño. La tajante oposición de María Kodama al proyectado festival de patriotismo y de uniformes de gala me llenó de alivio y reconocimiento.
Conservo fresco el recuerdo del acarreo del cuerpo de Jean Moulin, el héroe de la Resistencia antinazi, paseado con gran pompa por la Rue Soufflot hasta el Panteón mientras los altavoces y los medios informativos transmitían el elogio fúnebre de André Malraux con el tono a la vez emotivo y declamatorio adecuado a la circunstancia. Nadie había solicitado obviamente la autorización del muerto para aquel magnificente despliegue y pensé que su arriesgada acción clandestina no obedeció sin duda a ningún anhelo de gloria. El fasto desplegado avivaba más bien la autosatisfacción de los vivos y me pareció absurdo.
La distinción establecida por Milan Kundera entre el pequeño contexto(el de la repercusión de la obra de escritores y artistas en un ámbito local, provinciano, autonómico, nacional) y el gran contexto (el de su aportación nueva y fecunda a lo que yo llamo el árbol de la literatura) resulta indispensable para entender que si este ceremonial elegiaco y necrófago conviene a los representantes del primer apartado es a todas luces inútil y hasta grotesco para los incluidos en el segundo en razón de su extraterritorialidad creadora.
En los países de nuestra lengua resulta frecuente hallar bustos, estatuas y monumentos en honor de las glorias locales y provinciales como recordatorio piadoso de su paso fugaz por el mundo: dichos recordatorios, así como las fundaciones destinadas a perpetuar la difusión de su labor de cara a las generaciones futuras, me parecen tan vanos como patéticos. Nadie sabe si una obra será leída o no en los siglos venideros (si es que la presencia humana en nuestro planeta minúsculo subsiste aún y si el hábito de leer perdura). Borges, como Joyce, Proust o Kafka, no requieren patrocinio alguno: su difusión es la del polen transportado por el viento, que, como escribí a propósito de las Mil y una noches, disemina "las semillas de las palabras a tierras remotas mediante una forma más vasta y sutil de abejeo polinización".
Esta percepción de la realidad humana no obsta así para que crea en la perdurabilidad relativa de las obras representativas del gran contexto. Los novelistas antes citados están ahí para demostrarlo. Mas ellos, y una pléyade de autores, ya fueren de Grecia, Roma, Europa, India, Irán o Bagdad, no encarnan valores identitarios ni esencias perennes. No forman parte de rebaño nacional alguno, y por ello mismo no deberían ser manipulados post mortem por credos, patrias ni ideologías. Transportar sus cadáveres a hombros de mílites o, peor aún, en cureñas envueltas con la bandera del país natal, a algún templo o panteón glorioso es una apropiación abusiva.
Quienes pertenecemos al club de los agnósticos podemos invocar con orgullo no sólo a Sócrates, Epicuro, Omar Jayam, Voltaire, Diderot y a los padres de la Revolución Francesa, sino también a peninsulares de siglos lejanos, como esos "desarrados" (escépticos) tan poco estudiados hasta la fecha reciente: desde algunos autores del Cancionero de Baena al genial creador de La Celestina. Todos ellos nos dicen de formas distintas que nada hay después de la muerte. Remover huesos ilustres es por lo tanto vanitas vanitatum, et omnia vanitas. La felizmente frustrada exhumación/inhumación de Borges -el traslado de sus restos con escolta de honor- subraya la conveniencia de una incineración generalizada para evitar en adelante tanta fanfarria e interesada promoción.
Suscribo del todo las últimas voluntades del pedagogo y dirigente republicano Francisco Ferrer Guardia dictadas al notario Permanyer antes de su bochornosa ejecución por fusilamiento en las fosas del castillo de Montjuïc, falsamente acusado de los sucesos de la llamada Semana Trágica barcelonesa: "Deseo que en ninguna ocasión ni próxima ni lejana, ni por uno ni otro motivo, haya manifestaciones de carácter religioso o político ante los restos míos, porque considero que el tiempo que se emplea ocupándose de los muertos sería mejor destinarlo a mejorar la condición en que viven los vivos, teniendo gran necesidad de ello casi todos los hombres".




El país, 31 de agosto de 2009


domingo, 18 de octubre de 2015

¡El mundo es mucho más bonito ahora!






Un obrero ferroviario de Polonia, que emergió de un coma de 19 años, descubrió desconcertado que ya no hay comunismo en su patria, a lo que reaccionó exclamando: "El mundo es mucho más bonito ahora"...

Jan Grzebski, de 65 años, habló a un canal de televisión polaco unos dos meses después de salir del coma.

"Me despierto a las 7:00 de la mañana y me pongo a ver televisión", dijo Jan Grzebski, de 65 años, a la emisora de televisión TVN24, en declaraciones formuladas el fin de semana mientras yacía en la cama en la ciudad norteña de Dzialdowo.

Wojciech Pstragowski, un especialista en rehabilitación, dijo que Grzebski se sintió asombrado por los cambios en la economía polaca, especialmente en los negocios. Durante la época comunista, dijo, en las tiendas de comestibles, "los estantes sólo tenían mostaza y vinagre".

En 1988, Grzebski entró en coma tras resultar herido cuando intentaba conectar dos vagones de tren. Los médicos también encontraron un tumor en su cerebro y diagnosticaron que no podría vivir mucho tiempo, según informó el diario Gazeta Dzialdowska.

"Me sentía furiosa cada vez que alguien decía que gente así (como su marido) debían ser sometidas a la eutanasia, para que no sufrieran", dijo la mujer al periódico. "Yo creía que Janek se iba a recuperar", añadió, usando un cariñoso diminutivo del nombre de su marido.

"Estoy seguro que sin la dedicación de su esposa, el paciente no hubiera retornado en el buen estado en que lo hizo", reconoció Pstragowski.




AP. 11 de Abril de 2011


lunes, 12 de octubre de 2015

Encomio del tirano




Giorgio Manganelli


Es notorio que el tirano es lascivo, lujurioso, invasor de los cónyuges ajenos, adúltero, fornicador; si tiene mujer, por lo general le sirve como argumento de uxoricidio; si tiene una amante duradera, a veces la manda llamar, como hace con el bufón, pero a menudo la hace detenerse en la antecámara y después la manda de vuelta a sus habitaciones, siempre con ricos obsequios. Pero con ninguna mujer comparte las aflicciones de su poder. No es tiranía ésta, sino una secreta dulzura; puesto que sólo el tirano puede sostener el gravamen de la Tiranía no sufrida sino ejercida. Y ahora esto entiendo, que yo, bufón entre tus súbditos sobre quienes tienes poder de vida y de muerte, soy el único que no sufre tu tiranía; puesto que veo al tirano en cuanto tal, y sabiendo que sin el tirano yo no sería, yo asiento a la tiranía, es más, formo parte de ella. Del mismo modo que el tirano, el bufón no tiene mujer, sino muy de vez en cuando, como materia de pullas. Perdida la gracia insidiosa de la adolescencia, la mujer es algo obscena, es materia de risa; innoble risa pero ¿qué más queremos? Llegados a este punto es probable que se espere una “confesión del bufón”, género que en verdad ha tenido tanta fortuna que se ha convertido en un lugar común; naturalmente, no se trata nunca de bufones, ya que en ningún caso existía un tirano. Y si se hubiese tratado de un bufón genuino, y por lo tanto hubiera habido un tirano, ninguna confesión hubiera sido posible porque ni al tirano ni al bufón, en cuanto tales, en cuanto partes de un sistema cerrado y huraño, les es concedida la autobiografía. Por lo tanto diremos apresuradamente que, como todo aquello que le acaece al tirano forma parte de un razonamiento general acerca de la tiranía, así todo lo que le sucede al bufón, lascivo y fornicador en no menor grado que el tirano, pertenece enteramente a las figuras de la bufonería. Eso significa: no tener autobiografías. Debería decir que la tiranía está contenida en la bufonería como ésta en aquélla; en suma, que hay una complicidad tan estrecha que no hay por qué sorprenderse si muchos rasgos de la una son localizables en la otra, si bien es obviamente imposible distinguir de qué manera ciertos rasgos son propios de una o de la otra; y si bien nadie tiene dudas o perplejidades para distinguir la una de la otra. Como siempre, cuando estoy a punto de expresar una idea, cuando estoy tan próximo a un concepto que advierto su aliento áspero, me vuelvo torpe, y torpemente incapaz de pullas. ¿Tan indudable es además que no quepan dudas en el gesto de distinguir tiranía y bufonería? Dicho así, no parece que quepan dudas; pero piénsese cómo no resulta infrecuente que al bufón le complazca vestir vestiduras de estudiada magnificencia; y no resulta infrecuente que una cierta deformidad se halle en la definición del tirano; y, por último, ¿no será verdad que unos restos de singular —en el sentido de única— obscenidad es reconocible en la una y en la otra? Naturalmente, por qué no decirlo, la falta de caridad; pero, sobre todo, el disgusto de la gracia; y aquí me sustraigo a la tiranía de la ideas —ésta sólo tiranía, porque risa no alberga— dejando estas palabras en su bufonesca, ésta sí originaria e intacta bufonería, ambigüedad; donde caridad puede aludir al pordiosero atraído y astuto, cultor de su propia deformidad, obvio pariente del bufón, y la gracia puede ser aquello que alcanza a los condenados a muerte por tiranos burlones, y aquello que enflaquece los rasgos de un cuerpo deseable y frágil, y aquello que apresurada pero fragorosamente hace visible el entero mundo; acto, este último, propio de una situación refinadamente tiránica, que como tal permanece, se dé o no esa ambigua palabra que acaba de pronunciarse ahora, gracia. La gracia es graciosa, la gracia es suficiente, la gracia es soberana. Esto, si no me equivoco, son pullas, aunque de una clase algo peculiar; en todo caso, pullas de tiranos, que otras no se dan. Pero ahora surgen otros problemas, naturalmente risibles problemas de etiqueta; ¿por qué no nos hemos encontrado? Pero, antes, ¿vamos a hablar de los pronombres? Aquí cambio de capítulo.




 Breve fragmento de Encomio del tirano, Traducción de Carlos Gumpert, Siruela, 2003. 


domingo, 4 de octubre de 2015

Playa del Caju



Ferreira Gullar


Escucha:
lo que pasó pasó
y no hay fuerza capaz
de cambiar eso.

En esta tarde de asueto, puedes,
si quisieras, recordar.
Pero nada encenderá de nuevo
el fuego
que en la carne de las horas se perdió.

¡Ah, se perdió!
En las aguas de la piscina se perdió
bajo las hojas de la tarde
en las voces conversando en la baranda
en la sonrisa de Marilia en el rojo
para-sol olvidado en la acera.

Lo que pasó pasó, y muy a pesar,
vuelves a las viejas calles en su búsqueda.
Aquí están las casas, la amarilla,
la blanca, la de azulejo, y el sol
que en ellas quema es el mismo
sol
que no cambió el Universo en estos veinte años.

Caminas en el pasado y en el presente.
Aquella puerta, el batiente de piedra,
el cemento de la acera, hasta la grieta del cemento. No sabes ya 
si recuerdas, si descubres.
Y con sorpresa ves el poste, el muro,
la esquina, el gato en la ventana,
en sollozos casi te preguntas
dónde está el niño
igual a aquel que cruza la calle ahora,
menudo sí, moreno.
      Si todo continúa, la puerta
la acera la terraza,
¿dónde está el niño que también
estuvo aquí? ¿aquí en esta acera
se sentó? 

Y llegas al malecón. El sol es caliente
como era, a esta hora. Allá abajo
el lodo apesta igual, la poza de agua negra
la misma agua el mismo
buitre posado al lado la misma
lata vieja que se oxida.
Entre dos brazos de agua
esplende la corona del Añil. Y en la intensa
claridad, como sombra,
surge el niño corriendo
sobre la arena. Es él, sí,
gritas tu nombre: “¡Zeca,
Zeca!”
    Pero la distancia es vasta
tan vasta que ninguna voz alcanza.

Lo que pasó pasó.
Jamás encenderás de nuevo
el fuego
del tiempo que se apagó.




Traducción: Pedro Marqués de Armas