martes, 28 de julio de 2015

¡Mueran los gachupines!




Salvador Novo



¡Mueran los gachupines!
Mi padre es gachupín,
el profesor me mira con odio
y nos cuenta la Guerra de Independencia
y cómo los españoles eran malos y crueles
con los indios —él es indio—,
y todos los muchachos gritan que mueran los gachupines.
Pero yo me rebelo
y pienso que son muy estúpidos:
Eso dice la historia
pero ¿cómo lo vamos a saber nosotros?



La Historia




sábado, 25 de julio de 2015

El gallo habanero






José Juan Tablada



En el matinal gallinero
con el rendimiento caballero,
en torno a su hembra enreda
el arabesco de su rueda
sin cesar el gallo habanero;

cual blanco albornoz el plumón
envuelve su fiero ademán;
¡por su cresta-fez bermellón
y el alfanje de su espolón,
el gallo es un breve sultán!

Junto a la gallina coqueta,
de pronto su blanca silueta
fija en soberbia rigidez,
como el gallo de la veleta
o el caballo del ajedrez...

Echando atrás el cuello empina;
¡y en enfático frenesí,
rasga la matinal neblina,
sobre el jardín que ilumina
con su agudo kikirikí!




viernes, 24 de julio de 2015

Charada China




Roger Caillois


Un asombroso ejemplo lo ofrece el éxito de la Charada China (Rifa Chiffá) en Cuba. Esa lotería, “cáncer incurable de la economía popular”, según la expresión de Lydia Cabrera, se juega por medio de una figura de chino dividida en treinta y seis partes, a las cuales se asigna igual número de signos, seres humanos, animales o alegorías diversas: el caballo, la mariposa, el marino, la monja, la tortuga, el caracol, el muerto, el barco de vapor, la piedra preciosa (que se puede interpretar como una mujer bonita), el camarón (que es también el sexo masculino), la cabra (que también es algo sucio, además del órgano sexual femenino), el mono, la araña, la pipa, etc., (1). La banca dispone de una serie correspondiente de viñetas de cartón o de madera. Saca o hace sacar una al azar, que envuelve en un pedazo de tela y expone a las miradas de los jugadores. La operación se llama “colgar al animal”. Acto seguido, procede a la venta de los juguetes, cada uno de los cuales lleva el carácter chino que designa tal o cual figurilla. Entretanto, algunas comparsas van por las calles tomando las apuestas. A la hora señalada, se descubre el emblema envuelto y se entrega a los ganadores treinta veces su apuesta. La banca concede el diez por ciento de sus ganancias a sus agentes.

El juego se presenta así como una variante más gráfica de la ruleta. Pero si en la ruleta son posibles todas las combinaciones entre los diferentes números, los símbolos de la Rifa Chiffá se reúnen según afinidades misteriosas. En efecto, cada cual posee o no uno o varios compañeros o ayudantes. Así, el caballo tiene como compañera a la piedra preciosa y como ayudante al pavo real, el pez grande como compañero al elefante y como ayudante a la araña. La mariposa no tiene compañero, pero sí tiene a la tortuga como ayudante. En cambio, el camarón tiene por compañero al venado, pero no tiene ayudante. El venado tiene tres compañeros, el camarón, la cabra y la araña, pero no tiene ayudante, etc. Naturalmente, lo indicado es jugar a la vez al símbolo escogido, a su compañero y a su ayudante.

Además, los treinta y seis emblemas de la lotería se agrupan en seis series (o cuadrillas  desiguales): los comerciantes, los elegantes, los borrachos, los mendigos, los caballeros y las mujeres. De nuevo, los principios que determinaron la distribución se antojan de lo más oscuros: por ejemplo, la serie de los curas se compone del pez grande, de la tortuga, de la pipa, de la anguila, del gallo, de la monja y del gato; la de los borrachos, de la muerte, del caracol, del pavo real y del pez chico. El universo del juego está reñido por esa extraña clasificación. Al principio de cada partida, y luego de haber “colgado al animal”, la banca anuncia una adivinanza (charada) destinada a guiar (o a confundir) a los participantes. Se trata de alguna frase de significado equívoco, como la siguiente: “Un hombre a caballo camina muy lentamente. No es tonto, pero está borracho y con su compañero gana mucha plata” (2). El jugador hace entonces conjeturas sobre si debe jugar a la serie de los borrachos o a la de los caballeros. También puede apostar al animal que encabeza a la una o la otra. Pero sin duda es alguna palabra señalada con menor claridad la que da la clave de la adivinanza.

En otra ocasión, la banca declara: “Quiero hacerles un favor. El Elefante mata al cerdo. El Tigre lo propone. El Venado va a venderlo y se lleva el paquete”. Un viejo jugador explica que basta con reflexionar: “El Sapo es brujo. El Venado es ayudante del brujo. Lleva el paquete maléfico. Éste contiene la brujería que un enemigo ha hecho a alguien.  En ese caso, el Tigre contra el Elefante. El Venado sale con el paquete. Va depositarlo donde le dijo el brujo. ¿Acaso no está claro? ¡Buena jugada!  Se gana con el 31, con el Venado, porque el Venado sale corriendo”.

El juego es de origen chino (3). En China, una alusión enigmática a los textos tradicionales hacía las veces de charada. Después del choteo, un letrado se encargaba de justificar la verdadera solución, apoyándose en citas. En Cuba, lo que se necesita para la interpretación correcta de las charadas es el conocimiento general de las creencias de los negros. La banca anuncia: “Un pájaro pica y se va”. Nada más transparente: los muertos vuelan, el alma de un muerto es comparable a un ave porque puede introducirse donde quiere en forma de lechuza, existen almas en pena, hambrientas y rencorosas. “Pica y se va”: es decir, causa la muerte inesperada de un ser vivo que no lo sospechaba. Entonces, es conveniente jugar al 8, a la muerte.

El “perro que muerde todo” es la lengua que ataca y calumnia; la “luz que alumbra todo” es el 11, el gallo que canta al salir el sol; el “rey que todo lo puede”, el 2, la mariposa que también es el dinero; el “payaso que se pinta en secreto”, el 8, que es el muerto al que se cubre con una mortaja blanca. Esta vez, la explicación sólo es válida para los profanos. En realidad, se trata del iniciado (ñampe o ñáñigo muerto), durante una ceremonia secreta, el sacerdote le traza en efecto signos rituales con una tiza blanca en el rostro, las manos, el pecho, los brazos y las piernas (4).

También una compleja clave de los sueños ayuda a presentir el número ganador. Sus combinaciones son infinitas. Los datos de la experiencia se distribuyen entre los números fatídicos. Estos llegan hasta el 100, gracias a un libro que se deposita en la banca de la Charada y se puede consultar por teléfono. Ese repertorio de correspondencias ortodoxas da lugar a un lenguaje simbólico considerado “muy útil de conocer para penetrar en los misterios de la vida”. En todo caso, la imagen con frecuencia termina sustituyendo al número. En casa del tío de su mujer, Alejo Carpentier ve a un muchacho negro hacer una suma: 2+9+4+8+3+5=31. El muchacho no anuncia los números sino que dice: “Mariposa, más elefante, más gato, más muerte, más marino, más monja igual a venado”. Asimismo, para significar que 12 entre 2 igual a 6, dice: “Puta por mariposa igual a tortuga”. Los signos y las concordancias del juego se proyectan a la generalidad del saber.

La Charada China se halla suficientemente difundida, aunque prohibida por el artículo 355 del Código Penal de Cuba. Desde 1879 se han elevado numerosas protestas contra sus daños. Los obreros sobre todo arriesgan el poco dinero que poseen, y, como dice un autor, pierden en ella hasta el alimento de los suyos. Por necesidad no juegan mucho, pero lo hacen sin cesar, pues se “cuelga al animal” cuatro o seis veces al día. Se trata de un juego en el que el fraude es relativamente fácil. Como la banca conoce la lista de apuestas, por poco hábil que sea, nada le impide cambiar, en el momento de descubrirlo, el símbolo en que las apuestas se acumularon peligrosamente por otro, más o menos desdeñado (5).

En todo caso, honrados o no, se considera que los banqueros rápidamente hacen fortuna. En el siglo pasado, se dicen que ganaban hasta cuarenta mil pesos diarios, uno de ellos volvió a su país con un capital de doscientos mil pesos de oro. En la actualidad, se calcula que existen en la Habana cinco grandes organizaciones de Charada y más de doce pequeñas. En ellas se juegan más de doscientos mil dólares diarios(6).

Notas

1) Los mismos símbolos se encuentran en un juego de cartas utilizado en México para los juegos de dinero, cuyo principio es semejante al del loto.

2) Rafael Roche: La policía y sus misterios en Cuba, La Habana, 1914, pp. 287-293.

3) Sabido es que, junto a San Francisco, la Habana tiene una de las aglomeraciones chinas más importantes fuera de China.

4) De una comunicación de Lydia cabrera.

5) Rafael Roche, ob.cit. p. 293.

6) De una comunicación de Alejo Carpentier y de acuerdo con documentos suministrados por él mismo. 

(Texto de 1962)



Roger Caillois: Los juegos y los hombres. La máscara y el vértigo; trad. Jorge Ferreiro. Fondo de Cultura Económica, México, 1986, pp. 244-250.



jueves, 23 de julio de 2015

Con motivo de haber llegado a la corte cantidad de poetas cultos





Francisco Bances Candamo


Candamo, amigo, huyamos, que en poetas
hierve Madrid: ¿a qué aguardáis? huyamos;
porque de presumidos, de Candamos
fondo han dado en el Rastro cien carretas:

A Silveyra y a Góngora, varetas
ponen, cazando voces, sin reclamos,
y a Mena y Garcilaso, nuestros amos,
las dulces liras vuelven en trompetas.

Salgamos luego, y las penates musas
escondamos, devotos, en Batuecas,
mientras que graznan aves tan confusas:

Salvemos nuestros usos y sus ruecas,
porque si no al tropel de garatusas
nos moriremos de dolor de muecas.


   
Respuesta


¿Dónde queréis que huyamos, D. García,
si la que surge tenebrosa gente,
enluta con tinieblas el ambiente,
cuando más claro el sol alumbra el día?

Aun no podemos en la noche fría
contra tanto Murciélago viviente
hallar asilo: pues noruegamente
finge que el rechinar es melodía.

Las santas musas uncen a los carros
de eruditas cazcarrias salpicadas,
dándoles por conceptos fuertes marros.

No las dejemos, no, desamparadas;
la tempestad suframos de guijarros,
muramos, pues, que mueran a porradas.



En vista de la buena aceptación que han tenido los sonetos publicados en la entrega segunda del primer tomo del Colibrí, como poesía de sociedad tan poco cultivada desde la época del inmortal Quevedo, se reimprimen los adjuntos, que nada dejan que desear sobre el particular, siendo el segundo de Don Francisco Antonio de Bances y Candamo, Superintendente de Rs. Rs. de Ocaña, San Clemente Ubeda y Baeza, &c., y el primero de su amigo D. García.




El Colibrí, La Habana, tomo 2, 1847, pp. 12-13.



domingo, 19 de julio de 2015

Para los títeres



Juan Carlos Flores




1. Una mujer pequeña, próxima, cotidiana, apenas perceptible. Un hombre pequeño, próximo, cotidiano, apenas perceptible.

2. La mujer pequeña, próxima, cotidiana, apenas perceptible buscando an-sio-sa-men-te al hombre pequeño, próximo, cotidiano, apenas perceptible. El hombre pequeño, próximo, cotidiano, apenas perceptible buscando an-sio-sa-men-te a la mujer pequeña, próxima, cotidiana, apenas perceptible.

3. Ambos soñando en construir una cámara o respiradero para-uso-de-dos frente a las sustancias tóxicas de la realidad, que emanaban convertidas en gestos de agresión, desde todos los puntos posibles del Espacio.

4. La mujer pequeña, próxima, cotidiana, apenas perceptible nunca pudo encontrar al hombre pequeño, próximo, cotidiano, apenas perceptible. El hombre pequeño, próximo, cotidiano, apenas perceptible nunca pudo encontrar a la mujer pequeña, próxima, cotidiana, apenas perceptible.

5. Quedó sin construir la cámara o respiradero-para-uso-de-dos-.

6. Ambos murieron solos en el mismo hospital, el mismo día y a la hora señalada pero en cubículos distintos, contaminados ambos por las sustancias tóxicas de la realidad, que iban y volvían convertidas en gestos de agresión, desde y hacia todos los puntos posibles del Espacio.

post-Data: “Practicada la autopsia, los dos cadáveres ya en vías de descomposición fueron juntados en el congelador del hospital, y hoy, sus Esqueletos secados, de blanquísimos huesos, hacen las delicias del noviciado burlón, en una de las escuelas de medicina.”




Distintos modos de cavar un túnel, Ediciones Unión, 2003, pp. 45-46.




martes, 14 de julio de 2015

El llanto de la excavadora III y IV






III
    
Y regresar ahora a casa, rico de aquellos años,
tan nuevos, que nunca hubiera pensado
considerarlos viejos en un alma
    
ya lejana de ellos, como todo pasado.
Subo por las avenidas de Gianicolo, me paro
en un cruce liberty, en un extenso arbolado,
    
en un trozo de muralla –al final
de la ciudad y de la llanura ondulada
que se abre al mar. Y me renace
    
en el alma –inerte y oscura
como la noche abandonada al perfume-
una simiente ya demasiado madura
    
como para dar fruto en el culmen
de una vida áspera y cansada…
He aquí Villa Pamphili
    
y en la luz que reverbera tranquila
sobre nuevos muros, la calle donde vivo.
Cerca de mi casa, sobre un hierbazal  

reducido a oscura viscosidad,
un rastro sobre las zanjas recién excavadas
en la roca –caída toda rabia

de destrucción–, trepa los escasos edificios
y pedazos de cielo, inanimada,
una excavadora…
    
¿Qué pena me invade frente a estas
herramientas serviles, esparcidas en el fango,
delante de este rojo cañamazo
    
que pende de un caballete, en la esquina
donde la noche parece más triste?
¿Por qué mi conciencia resiste tan ciegamente
    
esta apagada tinta de sangre, y se oculta,
dominada por un obsesivo remordimiento
que la entristece toda?

¿Por qué hay dentro de mí esa sensación
de jornadas para siempre incumplidas,
semejantes al muerto firmamento
donde palidece esta excavadora?
     
Me desnudo en uno de los miles de cuartos
donde se duerme en la calle Fonteiana.
En todos puedes excavar, tiempo: esperanzas
    
pasiones... Pero no sobre estas formas
puras de la vida… Se reduce a ellas
el hombre cuando se colman
    
la experiencia y la confianza
en el mundo… ¡Ah, días de Rebibbia,
que creí perdidos en una luz

imperiosa, y que ahora sé tan libres!
    
Con el corazón, entonces, por los difíciles
asuntos que le habían extraviado
el curso hacia un destino humano,
    
ganando en ardor la claridad
negada, y en ingenuidad
el negado equilibrio –a la claridad,
    
al equilibrio también llegaba,
en aquellos días, la mente. Y el ciego
lamento, signo de toda mi lucha

con el mundo, lo rechazaban adultas
si bien inexpertas ideologías…
Se volvía el mundo tema

ya no de misterio sino de historia.
Se multiplicaba por mil el goce
de conocerlo, como lo conoce
    
humildemente cada hombre.
Marx o Gobetti, Gramsci o Croce,
estaban vivos en las vivas experiencias.
   
Cambió la materia de un decenio de oscura
vocación, mientras me gastaba en aclarar
aquello que parecía ser la figura ideal
 
de una generación ideal;
en cada página, en cada línea
que escribía, en el exilio de Rebibbia,

había aquel fervor, aquella presunción,
aquella gratitud. Nuevo
en mi nueva condición
    
de viejo trabajo y de vieja miseria
los pocos amigos que venían a verme,
en las mañanas o en las noches
    
olvidadas de la Penitenciaría,
me vieron dentro de una luz viva:
sereno y violento revolucionario

en el corazón y en la lengua. Un hombre florecía.

 

IV
    
Me estruja contra su áspera pelambre,
que huele a bosque, y me mete
el hocico con colmillos de verraco
  
¡oh errante oso de aliento de rosa!
en la boca; y en torno a mí el cuarto
es un descampado y la colcha gastada
    
por los últimos sudores juveniles
danza como un velamen de polen…
De hecho, camino por una calle que avanza
 
entre los primeros prados primaverales,
difuminados en una luz de paraíso…
Trasportado por el ritmo de los pasos,
    
eso que dejo a la espalda, leve y mísero,
no es la periferia de Roma: “¡Viva México!”,
está escrito con cal o grabado 
      
en las ruinas de templos, en muritos y recodos
decrépitos, livianos como hueso, en los confines
de un cielo ardiente y sin escalofríos.

Y he allí, por encima de una colina,
entre las ondulaciones de una vieja cadena
apenínica, mezclada con las nubes,

la ciudad medio vacía, incluso a esa hora
de la mañana cuando las mujeres
van de compra –o del atardecer que dora

a los niños que corren con las madres
fuera de los patios de escuela.
Un gran silencio invade las calles:
 
se sueltan los adoquines, apenas adheridos,
viejos como el tiempo, grises como el
tiempo, y dos largos listones de piedra
   
corren a través de las calles, lúcidas y apagadas.
Alguien se mueve en aquel silencio:
alguna vieja, algún muchacho
       
perdido en sus juegos, allí donde
los portales de un dulce Cinquecento
se abren serenos, o una poceta

con bestezuelas taraceadas en los bordes
se posa sobre la pobre hierba,
en cualquier esquina o cuarto olvidado.
    
Se abre sobre la cresta de la colina
la yerma plaza del ayuntamiento, y entre casa
y casa, y más allá de un muro y del verde
    
de un enorme castaño, se descubre
el espacio del valle; pero no el valle.
Un espacio tembloroso y celeste,
  
apenas cerúleo… Pero el Corso continúa
más allá de la plazoleta familiar
suspendida en el cielo apenínico
    
y se interna entre casas más endebles,
bajando casi a media cuesta. Y más abajo,
cuando las casuchas barrocas escasean,
  
aparece allí el valle -y el desierto. 
Unos pocos pasos hacia el recodo
y ya la calle rueda inexorable

entre desnudos campos, tortuosos
y erizados. A la izquierda, contra la pendiente,
igual que si se hubiera derrumbado la iglesia,
    
se alza repleto de frescos rojos,
azules, un ábside, restos de volutas
entre las cicatrices canceladas
   
del derrumbe –del que solamente ella,
la inmensa concha, quedó en pie
abriéndose toda contra el cielo.
    
Es allí, más allá del valle, del desierto,
que empieza a soplar un aire leve, desesperado,
que incendia la piel de dulzura…
    
Es como aquellos olores que desde los campos
recién mojados, o desde las orillas de un río,
soplan sobre la ciudad en los primeros
    
días del buen tiempo: y tú
no los reconoces, y casi enloquecido
de pena, intentas comprender si son

los de un fuego encendido al relente,
o bien de uvas y nísperos perdidos
en algún granero templado
    
al sol de la estupenda mañana.
Yo grito de placer, tan herido
en el fondo de los pulmones por aquel aire
        
que como una tibieza o una luz
respiro mirando el inmenso valle




Traducción: Pedro Marqués de Armas



sábado, 4 de julio de 2015

Aviso a los náufragos




Paulo Leminski


Esta página, por ejemplo
no nació para ser leída.
Nació para ser pálida,
un mero plagio de la Ilíada,
alguna cosa que cala,
hoja que vuelve a la rama,
mucho después de caída.

Nació para ser playa,
quién sabe Andrómeda, Antártida,
Himalaya, sílaba sentida,
nació para ser última
la que no nació todavía.

Palabras traídas de lejos
por las aguas del Nilo,
un día, esta página, papiro,
va tener que ser traducida,
para el símbolo, para el sánscrito,
para todos los dialectos de la India,
va tener que decir buen día
a lo que sólo se dice al pie del olvido,
va tener que ser la piedra brusca
donde alguien dejó caer el vidrio.

¿No es así que es la vida?




Traducción: Carlos Riccardo