martes, 2 de diciembre de 2014

Ravena




Pedro Marqués de Armas


La explosión del cuartel ocurrió a las 3:30 de la tarde del 18 de mayo de 1910, justo cuando mi abuela, que vivió 103, cumplía 17 años. El origen fue un fatal martillazo sobre una de las cajas de explosivos que hizo explotar una y otra vez la antigua construcción. Fallecieron 77 personas y otras 145 resultaron heridas.

Resuena en mi cabeza desde la infancia por unas décimas que mi abuela María se sabía de memoria. Pero no vine a saber del asunto hasta hace muy poco, cuando, leyendo viejos periódicos, caí en la cuenta que se trataba del Cuartel de Infantería de Pinar del Río, más conocido como Ravena.

De esas décimas dolorosísimas que mi abuela recitaba cada vez que le echábamos una moneda podría no quedar ni rastro, salvo que alguien las haya recogido (lo que no parece), o perduren archivadas en algún cerebro de segunda o tercera descendencia, lo cual es poco probable.

Aun así, fijaron el acontecimiento durante generaciones, emocionalmente hablando, quiero decir. A estas alturas no queda otra que revolver gacetillas y hurgar entre los cronistas. Para ese día se esperaba la aparición del cometa Halley, por lo que muchos pinareños imaginaron, aterrados, en los primeros instantes, que la explosión era originada por la birlocha de fuego en su choque con la tierra.

Versos alusivos a la desesperación y el luto que se apoderó de las familias, las estrofas que María recitaba eran ellas mismas desesperantes y trasmitían, pese al paso del tiempo (hablo de los años 80), una sensación de vívido, removido sufrimiento.

Aquí o allá algún nombre, alguna alusión al celo de las autoridades, etc., pero se detenían, sobre todo, en detalles escabrosos, como piernas y brazos volando al son de cada estallido o cadáveres abrazados (y no solo abrasados) entre el lamento de los heridos que asomaban –incluso días más tarde- desde los escombros.

Vesubio y crónica roja, siempre las identifiqué como las “décimas del acabose”, usando una expresión cara a María –que también fuera, en su infancia, María Platanito, tal como la tropa de Maceo la bautizó a su paso por San Luis por llevarle ella en agasajo racimos a montones que no eran sino el mensaje conciliador de sus padres canarios.

Así se explayaba un periódico de época:

“El cadáver del joven Emilio Sánchez fue extraído de los escombros por su hermano, el licenciado Leopoldo Sánchez, juez correccional de la Tercera Sección. Se encontraba abrazado de dicho joven el cadáver de su prima, la señorita Lazo, que también trabajaba en la Jefatura de Obras Públicas”.

Nombres que suenan como ya oídos, no me perdono el no haberlos grabado en la voz de María... Hasta volvió a pasar el cometa Halley.




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