viernes, 24 de octubre de 2014

Enfermos de idiotismo




Pedro Marqués de Armas


Solo una mujer en la que se dieran ciertas condiciones podía escribir ese “Autorretrato”: nacer en un pueblo llamado Corral Falso de Macuriges (confín de la Cuba azucarera en tiempos de Arango y Parreño), y en un hogar tocado por la desgracia; no ser muy agraciada en lo físico pero sí en el carácter, mezclando a partes iguales riesgo e ironía; y abrirse paso en La Habana de los años veinte, donde sus dones se ven acrecentados por la amistad con Martínez Villena, su experiencia en el Grupo Minorista, la prensa, los libros, la tertulia, el feminismo, y todo cuanto la convierte en animal político.

Del lugar donde nació le viene a María Villar Buceta el hábito de morderse la lengua. Muerta la madre, tendrá que encargarse de una ristra de hermanos que la dejan exhausta. Sin esa costumbre, no podrían explicarse rasgos como la mordacidad, el laconismo o el regusto amargo, puestos a prueba en esa joya postmodernista que es Unanimismo (1927), el único libro de poesía que publicó en vida.

Escritos desde esa Cuba interior, o más bien intrahistórica, de la que la autora procedía, y alimentados no menos de obstinación que de desencanto, no pocos de esos poemas, a menudo plenos de un humor corrosivo, expresan su sequedad reflexiva.

“Hermetismo”, en particular, es un convincente retrato familiar tan caricaturesco como el de Arístides Fernández en la pintura, y en el que explora magistralmente el silencio de los suyos, a los que califica de “entes raros”. Un silencio que linda con la idiotez y aporta, más que una idea-de-familia en el sentido burgués, el boceto de una parentela no apta para el lenguaje. Seres mudos, casi agramaticales, resultan sorprendidos en una instantánea que denota, no solo, el contraste entre la lírica y el pan, o entre los ideales y la asfixiante realidad, sino entre el poeta mismo y una comunidad más renuente que propiamente hostil, impenetrable a las prácticas de la civilidad. 

Pueblo y familia huraños, tornan extranjero al poeta, cuya (des)familiarización es punto de partida para una extrañeza más extensa que, en breve, la lleva al ejercicio de la prosa, aunque también a otra noción de clan: los ideales comunistas.

«Hermetismo»

¡En casa todos vamos a morir de silencio!
—Yo señalo el fenómeno, pero me diferencio
apenas del conjunto… ¡Tengo que ser lo mismo!

Dijérase que estamos enfermos de idiotismo
o que constituimos una familia muda...;
de tal suerte en sí propio cada uno se escuda. 

Como los nuestros otros nos sentimos avaros,
de nosotros las gentes piensan: —Son entes raros
o egoístas, o sabe Dios qué…

                                              ¡Tal vez dirán
que sólo nos preocupa la conquista del pan!

¡Y yo en medio de todos. Señor, con mi lirismo!...
¡Cuán se agobia mi espíritu de vivir en sí mismo
y ver siempre estos rostros pensativos y huraños!

¡Y así pasan los días, los meses y los años!

Pero “Autorretrato” resulta, sin duda, su pieza más lograda. Para ser exacto, era necesario que aquella provinciana un tanto arisca se abriese al mundo. Y, en su caso, tenía que sumar un nuevo ingrediente: doblegar antes el Yo –ese yoísmo tan de moda entonces-, aplicando, en sí misma, una ascesis y cuidado higiénico sin precedentes. Pues solo al liquidar el Ego, podía Villar Buceta mostrar, ya no únicamente las ruinas del Otro –del hombre mediocre de Ingenieros- sino de un Sí Mismo paródico que deviene Superhembra, inclasificable por el género como por las intenciones.

Se adivina aquí, desde luego, a la mujer hombruna tan criticada entonces por la medicina y los medios más conservadores, pero sin que la autora asuma esa figura, salvo como encarnación satírica, a fin de mirar en ella (o a través ella) las miserias y peligros que le rondan: el hombrecito pequeño, capaz de existir sin distinción, como de ascender, al mismo tiempo, a golpes de inspiración ególatra hasta ocupar el lugar del déspota.

Colocado al frente de Unanimismo, este poema-prólogo, punzante, señala tanto a la falsa consciencia inherente a la burocratización de la personalidad en tiempos de ascenso de las masas, como a la ficción que resulta del proceso mismo de la identidad.  El paso del “ente-nulidad” al “ente-iniciativa”, de lo vulgar y anodino al monstruo pequeño-burgués, viene a mostrar el carácter en definitiva estereotipado de los vínculos sociales.

Se ha dicho que Villar Buceta es una poeta menor. Sin embargo, textos como los mencionados, a los que sumaría “Bibliofilia” y “Suficiencia”, no abundan en la poesía cubana. En cualquier caso, “Autorretrato” es una exquisita indagación que trasciende su época y que leemos todavía desde el asombro y a contrapelo de una tradición lírica demasiado grave, cuando no escurridiza. 



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