domingo, 28 de diciembre de 2014

Revolución bis





Slawomir Mrozek


Nowosadecki, Majer y yo fuimos a uno de nuestros restaurantes de siempre.
—Mira, han cambiado de nombre —observó Majer.
Ciertamente, en vez de llamarse Del Ejecutivo Central, se llamaba ahora Arco iris Hawaiano.
—Es por la reprivatización —explicó Nowosadecki—. El negocio ya no es propiedad del Estado, sino de un particular.
Entramos y nos sentamos en la mesa.
—¿Qué desean los señores? —preguntó un camarero, que no nos reconoció, como nosotros tampoco a él. Además del nombre, habían cambiado de personal.
—Lo de siempre, medio litro por cabeza, lo que hace un total de litro y medio.
—Naturalmente, medio litro. Pero ¿de qué?
—Si está bromeando, yo ya me he reído lo mío —contestó Majer—, así que ahora póngase a servir.
—Tenemos Chivas Regal, Johnny Walker, Black Label, Bushmills, Cutty Sark, Ballantines, Grouse, Bordeaux, Bourgogne, Beaujolais, Champagne...
—¿No hay vodka puro? —le interrumpió Majer, que no conocía lenguas extranjeras.
—Desde luego: Smirnoff Vodka, Don Kozaken Vodka, Crystal Vodka, Colossal Vodka y Capital Vodka.
—¿Y vodka normal no hay?
—Normal del todo, desgraciadamente, no.
—¿Qué tal Don Kozaken? —propuso Nowosadecki. Al menos resulta familiar.
Pero resultó que Don Kozaken superaba también nuestras posibilidades económicas, así que abandonamos el Arco iris Hawaiano.
—Siento el yugo del capitalismo oprimiéndome —dijo Majer una vez en la calle.
—Yo también —estuvo de acuerdo Nowosadecki—. Tenemos que levantar el socialismo de nuevo.





Traducción de Joanna Albin


viernes, 26 de diciembre de 2014

Un asunto vulgar




Arkady Avérchenko


La víspera de Navidad.
El frío era muy intenso, el viento atacaba furioso las casas y los árboles y no perdonaba a los transeúntes, que hacían todo lo posible para librar de sus ataques las mejillas, la nariz y la frente. Cuando se cansaba de callejear, se encaramaba sobre los altos edificios, en busca de un campo de acción más despejado, más abierto, y daba rienda suelta a su furia salvaje, rugía como un león, saltaba de tejado en tejado, se colaba por las chimeneas.
El novelista Dojov y el pintor Poltorakin marchaban por la acera, cubierta de nieve, envueltos en buenos abrigos.
Iban a una fiesta infantil que se celebraba aquella noche en casa del editor Sidayev, y pensaban con placer en la grata velada que les esperaba en los ricos y tibios salones, ante el árbol de Navidad, rodeados de niños felices, alegres.
El frío arreciaba.
—Es muy difícil escribir cuentos de Navidad —decía Dojov—. O hay que desarrollar un asunto vulgar, o pintar una serie de horrores más vulgar aún…
De pronto se detuvo y volvió la cabeza hacia las gradas de una casa de la acera opuesta, medio cubiertas de nieve.
—¡Mira! ¿Qué es eso?
—¿El qué?
—Ese bulto, en las gradas… A la derecha, en el fondo… Los dos amigos se acercaron y vieron acurrucado en el rincón a un muchacho.
—¿Qué haces ahí?
—¡Eh, chico! ¿Qué haces ahí, a estas horas?
El muchacho se removió, y surgieron de entre los andrajos que le cubrían una manecita roja de frío y una cara de ojos brillantes, mojados de lágrimas. Debía de tener ocho o nueve años.
—¡Me muero de frío! —balbuceó, castañeteando los dientes.
—¡No es extraño! —comentó, compasivo, el pintor—. Mira qué miserables harapos…
El novelista se inclinó, pensativo, sobre el muchacho.
—¡Poltorakin! —preguntó con acento solemne—. Esta noche es Nochebuena, ¿no?
—Sí; Nochebuena.
—Pues… ¡ya ves!
—Sí; ya veo…
El novelista señaló al chiquillo.
—¿Te has hecho cargo…?
—¿De qué?
—¡Qué torpe eres! ¡Éste es el niño que se muere de frío!
—¡Vaya una noticia!
—Éste es el famoso muchacho que se muere de frío en Nochebuena —añadió el novelista, en el tono de un hombre que acaba de hacer un importante descubrimiento científico—. ¡Hele aquí! ¡Por fin lo veo con mis propios ojos!
El pintor se inclinó también sobre la pobre criatura.
—¡Sí, no hay duda —dijo, examinándola atentamente—, es él en persona! Mañana es Navidad, si no mienten nuestros calendarios… Y no deben de mentir, cuando Sidayev nos ha invitado…
—Quizá haya por aquí algún árbol de Navidad encendido. Eso completaría el cuadro. La música, la sala iluminada, los alegres gritos de los niños en torno del árbol y, a algunos pasos de distancia, un pobre muchacho muriéndose de frío…
—¡Mira! —gritó el pintor—. En aquella casa, en la de la esquina, en el cuarto piso, la cuarta, quinta y sexta ventanas están muy iluminadas… Allí hay, seguramente, un árbol de Navidad iluminado.
—¡Entonces, todo está en regla!
—¿Qué?
—Que parece un cuento de Navidad… ¡Es curioso! He leído y hasta he escrito una porción de cuentos sobre el tradicional muchacho que se muere de frío en Nochebuena; pero no lo había visto nunca.
—Sí; se abusa un poco de ese asunto. Basta abrir en estos días cualquier periódico para tropezarse con un muchacho helado, protagonista de una narración sentimental.
—Desde hace algunos años suelen leerse también, en estos días, sátiras más o menos ingeniosas de tal abuso; pero esas sátiras también se han hecho ya vulgares. Ningún escritor que se respete se atreve a servirse, ni en broma ni en serio, del tradicional muchacho.
—Sí; es verdad… Si contamos en casa de Sidayev que acabamos de ver a un muchacho muriéndose de frío, como en los cuentos de Navidad, no nos creen.
—Se echan a reír.
—Se burlan de nosotros.
—Se encogen de hombros.
—No; más vale no contarlo. ¡Un niño que se muere de frío! ¡Qué vulgaridad! Es una cosa que no puede tomar en serio ninguna persona dotada de un poco de gusto literario.
—Figúrate —dijo el novelista— que se encuentran a esta criatura unos obreros, unos hombres toscos e iletrados, que no han leído nunca cuentos de Navidad. Se la llevan a su casa; le dan de cenar, le iluminan de, quizá, un arbolito… Y mañana se despierta en una cama limpia y caliente, y ve inclinado sobre él a un obrero de hirsuta barba, que le sonríe con ternura…
El pintor miró al novelista con ojos burlones.
—¡Caramba, qué improvisación! ¡A que acabas por escribir algo sobre el tradicional muchacho!
El novelista se rió, un sí es, no es avergonzado.
—Sí; le he dado rienda suelta a mi imaginación. Pero ¡no!… ¡Dios me libre! Detesto todo lo vulgar. ¡Vámonos!
—Pero… ¿vamos a dejar helarse a este niño? Podíamos llevarlo a algún sitio donde pudiese entrar en calor y cenar…
—Sí, sí —repuso, irónico, mordaz, el novelista—. Y mañana se despertaría en la camita caliente y vería inclinado sobre él el rostro barbudo… como en los cuentos de Navidad.
Estas sarcásticas palabras azoraron mucho al pintor, que no se atrevió a insistir.
—Bueno; como quieras… Sigamos nuestro camino. Y los dos amigos se alejaron, reanudando la conversación interrumpida. Sus voces fueron apagándose en la distancia. El muchacho se quedó solo, acurrucadito en el rincón, y la nieve siguió cubriéndolo…
El pobre no sabía que era —¡picara suerte!— un asunto vulgar.




Traducción de  N. Tasin


martes, 16 de diciembre de 2014

Polheim





Dolores Labarcena


Esperar forma parte de la fiesta, pero partir es menos tedioso que habituarse al paisaje. Y aunque el frío raspara, (en ese reducto llamado Polheim) cruzó la frontera como quien corta un huevo duro. ¡Bravo por Amundsen!, no murió de escorbuto, o por lo menos en esa ocasión. Se alimentó de mejunjes y trozos de carne cruda; un verdadero estratega. Tarde o temprano caería precipitadamente y no entre copitos de nieve. Sus restos siguieron de largo por el Mar de Barents: He ahí la guinda del pastel. 

***


¿Sabes? Borrar una a una las máculas de los hornillos de carbón. La foto, de 1936. Al dorso un “no me olvides” con tinta azul de Prusia. La cabeza de perfil; otra Catalina marmórea en cofia blanca y gorguera. En Ámsterdam, o quizás París. Nada de flores caídas ni menudencias de otoño, hierba rasa y su vestido a puà. Imperturbable sobre el tronco ¿Álamo? Tal vez pino.

***


Z., quien canta alegremente, gondoleándose en las plazas de Dusseldorf, o en las de Salzburgo, no puede librarse del follaje limón ni del verde botella que tienen sus rótulos. Después de todo, una visión levantina nunca estaría de más, pero de crisantemos y margaritas revientan los tanatorios…

Z.,  quien alegremente canta, gondoleándose en las plazas de Dusseldorf, o en las de Salzburgo, sabe que para tales menesteres no basta ser hijo de marinero. Pero le da igual: en su barca caben demasiadas cabras.


***

La mitad de la cinta transcurre entre personajes enclenques y restos de una desusada vajilla. Al fondo, bloques de hormigón. De vez en cuando (y sólo de vez en cuando): ¡ah Krishna! y una bocanada de aire. Casi no hay diálogos; con esos trajines... El tono sigue siendo el mismo, pero a la vista de un puerco una banda de pájaros despega de un tenderete. En efecto, es el final. Cuán oportuno el fotógrafo: con un ademán de burla lo mantiene a raya.





sábado, 13 de diciembre de 2014

Fotografía de Mallarmé





Ferreira Gullar



es una foto
premeditada
como un crimen

basta
reparar en el arreglo
de las ropas los cabellos
la barba todo
adrede preparado
-un gesto y la manta
acomodada sobre
los hombros
caerá-
especialmente la mano
con la pluma
detenida encima de la hoja
en blanco: todo
a la espera
de la eternidad

se sabe
tras el clic
la escena se deshace en la
calle Roma la vida volvió
a fluir imperfecta
pero
eso no lo captó la foto
que la foto
es la pose la suspensión
del tiempo
ahora
meras manchas
en el papel raso

si bien
tu mirada
encuentra la de él
(Mallarmé) que
allí
desde el fondo
de la muerte
mira



Traducción de Pedro Marqués de Armas





miércoles, 10 de diciembre de 2014

Las cuitas del joven Werther





Slawomir Mrozek



El director de la filarmónica nos recibió con amabilidad.
— ¿En qué puedo servirles? —preguntó.
—Nos debe cincuenta mil.
—Es posible, pero no acierto a saber por qué razón. ¿Podrían ustedes aclarármelo?
—En calidad de anticipo —le aclaré.
—Tal vez, es una práctica habitual. Pero anticipo, ¿a cuenta de qué?
—De nuestra actuación en la filarmónica.
—Sí, eso ya tiene cierto fundamento. Sin embargo, si no me falla la memoria, es la primera vez que nos vemos. ¿Acaso hemos firmado un contrato por correo?
—Aún no, pero podemos firmarlo ahora mismo.
—Indudablemente. Pero quisiera conocer a grandes rasgos su propuesta. ¿Ustedes forman un conjunto musical?
—De momento no, pero lo formaremos.
— ¿Y más o menos con qué repertorio?
—Eso ya lo veremos cuando aprendamos a tocar.
— ¿A tocar?
—Sí, a tocar instrumentos musicales, por supuesto.
La torpeza de ese individuo comenzaba a enervarme.
— ¿Quiere decir que aún no saben?
—Aún o ya, ¿qué más da? El futuro de todas formas nos pertenece. ¿No ve que somos jóvenes?
— ¡Oh!, desde luego. Sin embargo, ¿puedo sugerirles algo? Primero aprendan a tocar, después toquen un poco y después nos vemos. El futuro sin duda les pertenece.
Y no nos dio el anticipo, el muy facha. Salimos de allí perjudicados socialmente.
En el muro había un cartel que anunciaba la actuación de un tal Mozart.
— ¿Quién es? —preguntó…, pero no me acuerdo cual de nosotros, porque me falla la memoria, sobre todo antes del mediodía.
—Seguramente un viejo.
Dejamos de pensar en el arte y nos dedicamos a construir una bomba. Un día de estos la pondremos en la filarmónica. La lucha por la justicia es lo primero.





Traducción de Bozena Zaboklicka y F. Miravitlles



Ventanas altas




Philip Larkin


Cuando veo una parejita e imagino
que él se la folla y ella toma
píldoras o usa un diafragma,
sé que es ese el paraíso
que todo viejo soñó la vida entera:
ataduras y prejuicios desechados
como una cosechadora obsoleta, y los jóvenes
deslizándose sin límites, ladera abajo,
hacia la felicidad. Me pregunto si
cuarenta años atrás, mirándome, alguien
habrá pensado: Eso es vida;
nada de Dios, ni de sudar de noche
pensando en el infierno, ni de ocultar
lo que opinas del pastor. Ese y sus
amigos se deslizarán, maldita sea,
libres como pájaros. Y de inmediato,
más que en palabras, pienso en ventanas altas:
el cristal donde cabe el sol y, más allá,
el hondo aire azul, que nada muestra,
y no está en ninguna parte, y es interminable.





Traducción de D. Alou y M. Cohen



martes, 9 de diciembre de 2014

La campaña



Josephine Miles


Mi Packard Bell fue colocado en el solar vacío junto al tronco
del viejo durazno cortado. Cerca, una banca para novios
verde y pardusca nos decía las palabras del confort.
Y muchos miraban sobre nuestros hombros, 
o sentados en el suelo,  ¿por qué no?
Ciertamente faltaban ceniceros.

Y empezó allí en el aparato.
Sobre las mostazas del valle corrieron las voces,
sobre las piedras de pizarra soleadas corrieron las caras,
una barda a la izquierda y una barda a la derecha,
porque al fin y al cabo era propiedad privada:

Y esto es lo que dijeron:
el estado soberano de Alabama
os da un líder del pueblo para el pueblo
todos los días de su vida.
Igual oportunidad de educación, oportunidad política,
oportunidad económica,
habilidad, honestidad, integridad, viudas y huérfanos.

La Zona del Canal considera un privilegio
secundar la nominación de ese gran
todos los días de su vida.
Esto es lo que dijeron. Esto es lo que Cooper Blane
representando el estado soberano de New Jersey dijo.

Ahora todas las manzanas de nuestro manzanar
van hacia el otoño madurándose
y en las estacas los frijoles se van volviendo verdes
las vainas alertas al sol.

Y el rastrojo en el campo sigue todavía creciendo
en frescas matas, blancas bocanadas de matas de margaritas,
el gato tras los topos
y la brisa brusca.

En las orejas del Packard Bell es brusca la brisa
sube el volumen y lo avienta lejos, bocanadas de volumen
se amontonan en las esquinas de la barda
donde el gato anda activo.
¿Y nosotros qué entendemos?
En primer lugar, sabemos que los oradores están hablando en inglés.
Lo podemos saber nosotros desde la banca de novios, 
los otros están de acuerdo.
En segundo lugar, ambos hablan fuerte,
ambos están animados, y son dos.
¿Con quién estas tú?

Ahora entra, arriba a la izquierda, por la cuesta,
un perro. Tras el gato.

Por un rato dejamos la campana,
pero después el perro se acerca en busca de cariño.
Lo acarician el contribuyente y el contribuido.

Ahora entra, arriba a la derecha, un pescador.
Se reclina en la barda para oír lo que suena en la pantalla
después sin decir nada desaparece
por el lado verde y las gradas del acantilado
hacia la bahía rugiente, sin dejar su voto.

Señoras y señores, cuando yo les hable por última vez
en Pawtucket, Maine, la ola estaba viniendo
con un rugido largo contra el guijarro del mundo.

Y señoras y señores yo les digo
voten ahora contra la corrupción, la calumnia,
el crimen, el mal, y la corrupción,
porque la ola está viniendo
con un largo rugido extranjero contra el mundo.
Contra Winthrop Rockefeller, el juego limpio,
dinero al agricultor, los carteles, el bourbon, los cinco
distritos del mundo.

La luna sale lentamente tras la conejera de Lottie,
levantando en el cielo la protesta de sus barrotes de luz,
pero el voto en el medio-oeste se mueve en otro ciclo de
desesperada medianoche.

South Dackota cinco nos,
Robert J. Martin del quinto distrito, no.
Y después del slogan cuatrocientos ochenta
el sí y el sí que sobrevivirá en la noche.

Una cosa cierta es
que los fuertes tubos de este pequeño y viejo Packard Bell
saltando y zangoloteándose a la luz de la tarde y de la luna
excitados como avispas,
no pegaran fuego a los frijoles, y no
quemaran al gato, y no
nos calentaran siquiera aquí donde estamos sentados viendo,
sino que se apagaran
con un brillo de luciérnagas de verano
para recoger el ultimo si y el ultimo no del verano
y registrarlo en el pálido semblante de la luna.
¿Con quién estas tú?




Traducción de Ernesto Cardenal y José Coronel Urtecho



sábado, 6 de diciembre de 2014

Perro infernal




Zbigniew Herbert


Los relatos existentes acerca de la anatomía de Cancerbero, como los referidos a su vida vegetativa e intelectual, son voluminosos, pero también muestran inquietantes incongruencias. La intención de este trabajo es esclarecer, con abundante luz, esta problemática tan tenebrosa.
Según la narración del arqueo-poeta, Cancerbero fue simplemente un perro. Dante lo considera un gusano. Hesíodo lo cita dos veces en la Teogonía, pero no puede decidirse si tuvo una o 50 cabezas. Píndaro duplica este número. Horacio le regala la crin de serpientes. Los escultores y pintores lo presentan cuando mucho con tres cabezas. Los escritores de las tragedias también se limitan a tres cabezas. Aquí tengo que hacer una observación: el idioma tiende a las hipérboles y las exageraciones, o quién sabe, puede llegar hasta a las mentiras, mientras la expresión en el mármol o en la pintura impone una objetiva simplicidad.
El acontecimiento de la lucha de Heracles con Cancerbero, el guardián del reino de los muertos, resulta poco claro a causa de la falta de luz en el lugar de la acción. Ésta fue la décima, la última y la más difícil obra de Eros. Por esta razón sucedió casi en la oscuridad, como ocurre en el mundo del más allá. ¿Y cómo fue la lucha? Con base en los restos “arqueológicos literarios” no se puede obtener una opinión clara, hay versiones diferentes e incluso contradictorias. Oscilan entre una sangrienta batalla o un leve paseo de cacería detrás de una presa. Algunos dicen que Cancerbero fue regalado a Heracles por Cora, como le regalan los padres una bicicleta a un niño por comportarse bien. Otros sostienen la idea de que Hades, gobernante de lo subterráneo y quien se estaba aburriendo mortalmente, organizó algo parecido a un torneo. El animal y el hombre pelearon larga y dolorosamente.
Queda abierta la cuestión, ¿qué carácter tenía Cancerbero? Comúnmente se le considera exageradamente endemoniado, mientras que en realidad parecía tener en el reino de Hades un papel totalmente simbólico, similar a un guardia suizo en un hotel. El número de muertos que quieren regresar a la tierra es minúsculo. Cancerbero no estaba sobrecargado de trabajo. Era como un letrero “Perro peligroso” o “No hay salida”. ¿A quién se le ocurre pensar que era un diablo, si se le podía sobornar con un pastel de miel? Toda su función amenazadora consistía en menear la cola.
Como sea que fuese, el hecho es que durante la lucha entre Heracles y Cancerbero ninguno fue herido. No fue ésta ninguna batalla stricto sensu, más bien una maniobra estratégica: rodear al enemigo y obligarlo a la capitulación incondicional. Seguramente Heracles utilizó el método clásico de asfixiar. Aunque esto ya es un detalle. Lo importante es que el héroe, semiasfixiado, se asomó con su presa a la superficie del mundo.
Y esto sucedió no se sabe dónde exactamente. Una vez más, las fuentes son dudosas y mencionan varios lugares diferentes en el mapa del mundo. El problema es evidentemente académico. La experiencia indica que en cada civilización desarrollada los descensos al infierno son múltiples. Llegan a ser más numerosos que los expendios de cerveza y los buzones del correo.
Cancerbero ladraba en el infierno con la voz de un imponente bajo. En el Louvre se encuentra una ánfora, muda por cierto, en la que el pintor Andokides narró la lucha entre Heracles y Cancerbero. Heracles toma la posición del corredor al arranque. El tórax expuesto hacia delante, la mano derecha se dirige a la frente de la bestia, en la izquierda sostiene una imponente cadena. Cancerbero tiene dos cabezas. Una vigilante y provocadora, pero la otra se agacha hacia el suelo, como si esperara la caricia del hombre. Éste es el principio de la tragedia llamada “domesticación”.
¿Cómo se sintió Cancerbero la víctima del atentado? El ligero shock a causa de la pelea ya había pasado y ahora empezaba otro, tan fuerte, que ponía en peligro el corazón del perro. Se sentía como el pez del mar profundo sacado a la superficie.  
Como una avalancha caían sobre él los sonidos, las formas y los olores.
El mundo se le presentaba en los colores rabiosamente intensos como los de las telas de los fovistas: el pasto color fuego, los árboles rojo ocre, las rocas calizas color violeta, el cielo verde.   
Solamente Heracles aparecía en los tonos suaves y su silueta estaba rodeada de los contornos delicados y pulsantes.
Más difícil de soportar fue la inundación de los 500 000 olores. Había el Sol en llamas sobre la tierra reseca.
Bajo un encino, en una alta colina, estaban acostados, juntos, el perro y el hombre. No se quitaban la vista. Más desconfiados que hostiles.
Heracles olía a sangre, a piel y a tormenta. Cancerbero a albúminas en descomposición. Pertenecían a dos mundos diferentes e irreconciliables.
Heracles pensó de repente que si Cancerbero quisiera abandonarlo no podría interponerse ante esto. Decidió tomar la palabra. En estas circunstancias el sonido de la voz tiene la fuerza de cautivar.
HERACLES: Escúchame, bestia, eres mi esclavo. Si tratas de huir te partiré el cráneo, los cráneos —se corrigió, recordando algunos tratados de derecho internacionales.  
Cancerbero emitió un largo gruñido. Ahora es de noche y hay luna llena. Cancerbero se levanta sobre las dos patas delanteras. Heracles toma su mazo ensangrentado. Y en este momento resuena el canto.
Es inútil describir la música. Los que pueden tener cierta idea acerca de la cantata de Cancerbero son los que han escuchado la voz del lobo en las noches de invierno sobre las planicies nevadas. Para los que no participaron de este milagro, presento una trascripción aproximada, como una reproducción de la obra de Rembrandt en un periódico.
Aquí está anotada la partitura de este canto. La encontré en la obra de Alexander Schmook: Der Wolf sein Wesen und Seine Stimme (Tubinga, 1848):

Hur hau u uh
Hau hau
U i jaur huuu
Ho hau
Hurrrrr ho hauuuh
Jau jau ho hurrr hau uh.



Después vino un silencio muy sonoro. Y las repeticiones de la voz en los intervalos iguales del tiempo. Heracles se conmovió con el canto de Cancerbero, como si fuera una gigantesca ola del océano. Escuchó. Tenía ganas de aullar junto con él, pero sabía que iba a hacer el ridículo, ya que no lograría sacar de su garganta tanta dignidad y desesperación. Con su voz, no hubiera podido describir las cordilleras de la tierra, los precipicios del espacio, innumerables fuentes de la sangre en los cuerpos de los animales, los secretos del agua y de la sed, los escondites de la luz y las amplias negruras.
El camino que estaban recorriendo para llegar con el rey Euristeo, que iba a liberar a Heracles de este anatema, era muy largo. Cancerbero empezaba a encariñarse con Heracles sin que él tuviera que hacer algo por ello. Su naturaleza de monstruo experimentó la metamorfosis y se transformó en la naturaleza del perro.
Las personas con tendencias sentimentales hubieran encontrado algo conmovedor en esto, pero el testigo de este cambio tenía el espíritu libre de los sentimientos y a su vez violento. Con dificultad lograba dominar su creciente furia cuando se daba cuenta de que si levantaba la cabeza para mirar arriba Cancerbero hacía lo mismo. El perro se transformó en un espejo de su dueño, y hay que agregar que, por la diferencia de la postura, fue éste un espejo en horizontal.
Lo peor estaba por venir. Cancerbero empezó a hablar. En un principio torpemente, babeando. Pronunciaba las palabras “comu, duermu”, pero cada día su vocabulario se enriquecía y las estructuras se complicaban. Heracles, especialmente durante las noches, olvidaba que viajaba con el perro. Reprimía sus sentimientos, recordando que su papel se limitaba a trasladar al cautivo.
HERACLES: No me gustas nada.
CANCERBERO (filosóficamente): No cualquiera puede ser Heracles.
HERACLES: No se trata de la moda, pero por lo menos podrías intentar aparentar ser un perro normal. Creo que no tendrás gran éxito con las hembras.
Aquí, Heracles se quedó callado. Tocó un tema delicado. Durante el camino encontraron hembras caninas, pero Cancerbero no les prestó atención.
CANCERBERO: Si hubieras vivido entre los cuerpos en descomposición, también perderías el apetito para todo.
HERACLES: ¿Por qué comes pasto y hueles las flores y no cazas por lo menos una liebre? ¿Qué es esto? (con dulzura): ¿Por qué no aúllas un poco? ¿Te acuerdas de nuestra primera noche bajo el encino? Dios mío, cómo se va el tiempo. Aúllas verdaderamente hermoso.
CANCERBERO: ¿Cómo quieres que aúlle, si ya me domesticaste?
HERACLES: Hazme caso, maldito perro. Cualquiera puede hablar. Te ordeno que aúlles, ¿entiendes?
CANCERBERO: No voy a aullar.
HERACLES: Duerme, pues.
Sí, pensaba Heracles apuradamente, hay que romper esta relación absurda. Cuando el rey Euristeo vea a Cancerbero, se dará cuenta de que es un personaje más cómico que peligroso y me encargará otro trabajo más. En cambio la gente se dará cuenta de que la vida después de la muerte es puro cuento. ¿Y qué va a pasar con la moda para la muerte y su discreta presencia llena de indefiniciones?
Amanecer. Heracles y Cancerbero despiertan en el mismo momento, como si su sueño y su despertar estuvieran amarrados con un hilo común.
HERACLES: Escúchame, pinche perro. Hace tiempo que por tu culpa no hago ofrendas.
CANCERBERO: ¿Cómo que por mi culpa?
HERACLES: Tengo que cuidarte.
CANCERBERO: Es algo muy bonito de tu parte.
HERACLES: De ninguna manera es bonito. Estoy cayendo en el ateísmo. Estoy descuidando los deberes religiosos. Ya es tiempo de arreglar esto. Justo hay una oportunidad. ¿Ves ese templo en el horizonte?
CANCERBERO: Veo muy mal, tantos años en la oscuridad...
HERACLES: Deja de conmoverte contigo mismo. El templo realmente está muy lejos.
CANCERBERO: Me quedaré echado.
Así es como empezó la huida del héroe. Corrió adelante, sin mirar a los lados, a veces se detenía, escuchaba, volteaba alrededor muy inquieto. Cambiaba las direcciones, iba contra el viento, cruzaba los pantanos y los arroyos, todo para perder sus huellas, que se pegaban a cada pasto, a cada granito de arena, llevando el persistente olor del amo junto con el olor de su perro, lo que cualquier perro identifica en un instante como un olor especial, único, olor a los dioses.
Así que uno huye no sólo del enemigo sino también de la responsabilidad de arraigarse. Lo hacen todos o por lo menos conocen bien este deseo de hacerlo. Al anochecer Heracles se preparó un camastro entre las ramas de un viejo olmo. Se durmió en una torre, muy tranquilo.
En la mañana, los dos ojos del perro observaban cada movimiento del recién despierto. El resto del camino, que parecía una maratón para llegar a la meta, lo recorrieron hasta los límites de la resistencia del corazón humano y del canino, ya casi sin pernoctar, ni descansar. Heracles se aburría y decidió darle clases de historia natural a Cancerbero, considerando los alcances más modernos de la ciencia. Partidario del método de la demostración, metió la mano en el pasto, como en agua verde.
—Mire usted, aquí tenemos Trifolium pratense, comúnmente llamado trébol, puede ser de dos años o de más duración, la raíz está extensa, ahusada. Sobre las delicadas raíces se forman las verrugas que contienen las bacterias para asimilar el azoto (como en todas las papilionáceas). Retoños llenos de pelusa. Flores de rojo claro o púrpura. Forman cabezas esféricas siempre apoyadas en sus bases por hojas protectoras. El cáliz tiene la forma de tubos acampanados. Otra vez metió las manos en el pasto y sacó un objeto ovalado y rojo.
—Éste es un bicho, Dorcus parallelopipedus. Es muy tragón. Vive en los bosques frondosos. Sus larvas se desarrollan en la madera carcomida de los encinos y hayas. ¿Me entiendes, bicho? Mañana platicaremos sobre la fotosíntesis y sobre una obra temprana de Kant, Algemaine Naturgestichte und Teorie des Himmels. Ahora duérmete, mi tontito.
A Micenas llegaron en la noche. La ciudad estaba vacía, caía una pequeña y fría llovizna, ya que se aproximaba el otoño. Caminaron por las calles desiertas, a lo largo de los muros color hígado. Primero Heracles, que con dificultad hacía la cara de vencedor, luego Cancerbero, contento con él mismo, estúpidamente alegre, intentando ir al paso como un obediente recluta.
Como entrada de un triunfador, ésta era absolutamente ridícula, a pesar de que fue ésta una historia muy dramática, la que sucedió sólo una vez en la historia del mundo, la que se mereció una corona de laureles de las multitudes aplaudiendo y el resonar de las trompetas.
Pero desde el principio hasta el final, esta hermosa flor del triunfo fue carcomida por el gusano y el héroe fue tocado por la peor de las fatalidades: la banalidad.
Ésta aplastó todo, lo desolló de la gloria, empujó el maravilloso hecho hacia abajo, a la esfera de la anécdota. Tal vez hubiera sido un alivio para Heracles, cuando se batía en esta lluvia y lodazal acompañado por su monstruo, si hubiera sabido que el rey Euristeo lo miraba desde la ventana de su palacio con creciente terror.
Cancerbero estaba enloquecido. Nunca había visto tanta gente oliendo a vino y a ajo. Fue una amenaza para los mercados de verduras. Se comía una infinidad de coliflores, pepinos y camotes. Andaba entre los puestos, que olían a apio, espantando a los vendedores. Los niños lo adoraban y lo montaban a pelo. El rey Euristeo no quería ver ni a Heracles ni a Cancerbero. Simplemente ordenó que se largaran de la ciudad.
—¿Sabes qué, perro? —decía Heracles—, estoy cansado de esta constante y hambrienta travesía de una ciudad a otra. Debemos instalar un circo. Ante una multitud de mirones vas a caminar en dos patas y yo tiraré del fuete, como para asustarte. ¿Sabes caminar en dos patas?
—Por supuesto —respondió un poco indignado Cancerbero—. La idea le gustó.
Un día, Heracles trajo un costal de yute de una ciudad cercana y, sin mayor cuidado, mencionó que iba a dormir sobre él, porque sus huesos ya no aguantaban estar echados sobre el suelo.
Cancerbero lo recibió con absoluta confianza, como todo lo que le decía su amo. En ninguna de sus dos cabezas se le había ocurrido que se estaba acercando el trágico final de toda la historia.
Para la eternidad queda la pregunta: ¿cómo pudo Heracles meterlo adentro de un oscuro hoyo —ese húmedo y sucio costal—, sacudido por los desamparados gritos y aullidos del amor traicionado?




Traducción de María Mizersk



Tomado de La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, marzo de 2003


jueves, 4 de diciembre de 2014

Moscas de bronce



Octavio Armand


No todas las observaciones de la ciencia duran más que el papel y la tinta. Muchas se queman sin llamas. El olvido, casi siempre piadoso, le ha ahorrado a Proxágoras una luz incómoda. Hoy nadie recuerda que la palabra arteria registra un error suyo. Adumbrado por los siglos, solo el étimo afirma que estos vasos tan sanguíneos son conductos de aire. Es más fácil atreverse al fracaso que a la memoria. ¿Lo sabría Homero al pulsar unas alas transparentes? Su plectro nos ha dejado una razón secuestrada al fuego y otros olvidos: la tenacidad de las moscas. Envidiable para poetas y entomólogos. Esta embrionaria psicología del díptero logra algo inusitado: que lo repulsivo no esté reñido con el bronce. Ciertamente hay algo épico en el trajín de los insectos que revolotean entre aqueos y troyanos. Parecen de bronce. Pero de eso solo nos hemos dado cuenta gracias a Homero. Es posible que la imagen se le haya ocurrido en algún campo de batalla durante el fragor del combate. O días después. Ya no quedan ni valientes ni cobardes. No hay gritos de ira, ni lamentos, ni imploraciones, ni quejidos de moribundos. Solo cadáveres y moscas. El olor dulzón de la sangre a puntos coagularse huele a otra cosa. Al putrificarse han empezado a ser marmóreos los valientes y haces los cobardes. Las moscas, afanosas, ni reconocen ni valoran esos sutiles distingos. Les da lo mismo que este muriera con el pecho destrozado y aquel de rodillas o con una flecha clavada en la espalda. Testigo excepcional de este combate unilateral, minucioso, liliputiense –final pero nada decisivo-, Homero vislumbra un mundo que como los dioses no se hace visible para todos. Al zumbido de miles y miles de guerreros de cabeza elíptica que no le temen ni a valientes ni a cobardes, ni a Zeus ni a los muertos –ni siquiera a sus epítetos- quizás sueñe seis patas para Aquiles y ocelos para Héctor. En vano: los sueños sueños son. Ni una metaformosis podía despertar a los caídos; y él solo podría concederles la inmortalidad. Eso hizo.


 Caracas, 19 de abril de 2005.






martes, 2 de diciembre de 2014

Ravena




Pedro Marqués de Armas


La explosión del cuartel ocurrió a las 3:30 de la tarde del 18 de mayo de 1910, justo cuando mi abuela, que vivió 103, cumplía 17 años. El origen fue un fatal martillazo sobre una de las cajas de explosivos que hizo explotar una y otra vez la antigua construcción. Fallecieron 77 personas y otras 145 resultaron heridas.

Resuena en mi cabeza desde la infancia por unas décimas que mi abuela María se sabía de memoria. Pero no vine a saber del asunto hasta hace muy poco, cuando, leyendo viejos periódicos, caí en la cuenta que se trataba del Cuartel de Infantería de Pinar del Río, más conocido como Ravena.

De esas décimas dolorosísimas que mi abuela recitaba cada vez que le echábamos una moneda podría no quedar ni rastro, salvo que alguien las haya recogido (lo que no parece), o perduren archivadas en algún cerebro de segunda o tercera descendencia, lo cual es poco probable.

Aun así, fijaron el acontecimiento durante generaciones, emocionalmente hablando, quiero decir. A estas alturas no queda otra que revolver gacetillas y hurgar entre los cronistas. Para ese día se esperaba la aparición del cometa Halley, por lo que muchos pinareños imaginaron, aterrados, en los primeros instantes, que la explosión era originada por la birlocha de fuego en su choque con la tierra.

Versos alusivos a la desesperación y el luto que se apoderó de las familias, las estrofas que María recitaba eran ellas mismas desesperantes y trasmitían, pese al paso del tiempo (hablo de los años 80), una sensación de vívido, removido sufrimiento.

Aquí o allá algún nombre, alguna alusión al celo de las autoridades, etc., pero se detenían, sobre todo, en detalles escabrosos, como piernas y brazos volando al son de cada estallido o cadáveres abrazados (y no solo abrasados) entre el lamento de los heridos que asomaban –incluso días más tarde- desde los escombros.

Vesubio y crónica roja, siempre las identifiqué como las “décimas del acabose”, usando una expresión cara a María –que también fuera, en su infancia, María Platanito, tal como la tropa de Maceo la bautizó a su paso por San Luis por llevarle ella en agasajo racimos a montones que no eran sino el mensaje conciliador de sus padres canarios.

Así se explayaba un periódico de época:

“El cadáver del joven Emilio Sánchez fue extraído de los escombros por su hermano, el licenciado Leopoldo Sánchez, juez correccional de la Tercera Sección. Se encontraba abrazado de dicho joven el cadáver de su prima, la señorita Lazo, que también trabajaba en la Jefatura de Obras Públicas”.

Nombres que suenan como ya oídos, no me perdono el no haberlos grabado en la voz de María... Hasta volvió a pasar el cometa Halley.




lunes, 1 de diciembre de 2014

Aguas tiñosas





Guillermo Cabrera Infante



Dice Cuba en la mano: "Aura tiñosa (Cathartes Aura, familia Vulturidas): Ave de rapiña, diurna, de aspecto repugnante, plumaje negro, cabeza desprovista de plumas, con arrugas detrás del cuello y sobre el occipucio, pico rosado amarillento en la base, ojos de color carmín con un cerco azul alrededor de las pupilas y pies rosados. Afirma el doctor Gundlach que no ha visto otra ave que vuele de un modo más perfecto. Cuando busca alimento, el Aura vuela en todas direcciones o en línea recta, describiendo grandes círculos, sin dar aletazos. Al distinguir el cadáver de un animal, desciende achicando los círculos cada vez más, y entonces aletea hasta posarse a poca distancia de su inmóvil presa".
Pero hay tiñosas políticas. Una muestra temprana de aura tiñosa fue Roberto Fernández Retamar (a quien Pablo Neruda en sus memorias llamó "el sargento Retamar") entrevistado por la televisión de cable americana. Cuando le preguntaron por mí dijo que yo era un contrarrevolucionario visceral olvidando que el corazón es también una víscera. Preguntado por qué mis libros estaban prohibidos en Cuba respondió con un proyecto de Aura: "Cuando se muera", aseguró, "entonces lo publicaremos". Las otras auras tiñosas lo imitaron. Después de todo, todos no hacían más que copiar el método soviético: allá publicaron a Nabokov y a Stravinsky después de muertos. Antes, mencionarlos siquiera era una actividad condenada por el Estado.
Ernesto Lecuona, el eminente pianista y compositor cubano, murió en el exilio de Islas Canarias, pero pidió que no lo enterraran en Cuba bajo Fidel Castro. Está enterrado en Nueva York. Durante años su música no fue oída en Cuba, hasta que descubrieron que los derechos de autor de Lecuona daban múltiples beneficios para las arcas cubanas. Lecuona está todavía enterrado en Nueva York pero su música se toca y se oye y se silba en Cuba castrista.
El caso de Lydia Cabrera es más singular. Exiliada temprana (ya estaba establecida en el exilio en 1960) Lydia era una contraria formidable. Cuando murió se editó en Cuba su obra maestra El monte, un libro capital de la religión afrocubana y una muestra impecable de antropoesía. El libro fue impreso y sus ejemplares guardados en el almacén de la imprenta -de donde desaparecieron de la noche a la mañana-. Todos. Se supo que los habían robado ladrones ocultos pero se podían comprar ejemplares que se vendían a precio de dólares en los rincones oscuros de La Habana Vieja. El libro era un tesoro que los practicantes de la santería querían tener. No hubo una segunda edición.
Labrador Ruiz tenía una lengua afilada que practicaba como un florete en su esgrima contrarrevolucionaria. Cuando murió en Miami no se publicaron los hechos de su vida, sino que uno de esos miñones del ministerio de Cultura escribió un perfil de Labrador en el exilio que era una obra maestra -de la mendacidad-. Allí se decía que Labrador y su mujer Cheché vivían en la penuria más extrema. Sucede que la verdad es contrarrevolucionaria. Labrador y Cheché vivían en un confortable apartamento pagado por el municipio de Miami y recibía todos los días una cantina con su comida favorita cocinada por un restaurante modelo.
Carroña temprana fue la de Jorge Mañach. Ensayista y un demócrata ejemplar, había llegado en su oposición a Batista a escribirle a Fidel Castro el discurso que ofreció al tribunal, que lo condenó, y al pueblo de Cuba. Esa pieza oratoria tenía como nombre una cita directa de Hitler, tomada del Mein Kampf: "La historia me absolverá". La misma historia condenó a Mañach a un exilio temprano. Toda su biblioteca fue confiscada y sus libros hechos picadillo de papel. Al poco tiempo de morir se podía citar a Mañach como un ejemplo de intelectual equivocado pero estimable.
Lino Novas Calvo es, quizás, el más grande cuentista cubano, aunque nacido en Galicia. Durante su juventud desempeñó los más variados oficios (entre ellos chofer de taxi habanero) y se hizo comunista y fue un temprano ejemplo de intelectual comprometido: llegó a ser redactor del diario comunista Hoy. Su exilio fue también temprano y ejerció en Estados Unidos como profesor en una universidad americana. Por un tiempo fue silenciado y ninguneado y hecho desaparecer del panorama literario cubano que una vez prestigió. Cuando murió en Nueva York se hizo una edición cubana de su novela Pedro blanco, el negrero y se publicaron volúmenes con sus cuentos maestros. Hasta se hizo una frase: "Regresa, Lino. Todo está perdonado".
El caso de Manuel Moreno Fraginals no es sui generis pero sí es ejemplar. Moreno Fraginals estuvo escribiendo por más de diez años una monografía que sería su opus magnum. Titulada El central era un estudio total del azúcar desde la plantación o cañaveral hasta el azúcar blanca. El central tenía una dedicatoria que era un contrasentido: decía "a... Che Guevara". Sucede que Guevara fue el enemigo acérrimo del azúcar. Antes había un lema, "Sin azúcar no hay país", que declaraba cuánto debía Cuba al azúcar como producto de exportación. Guevara se dio a la tarea de demostrar que sin azúcar sí había país y en su empeño destruyó la industria azucarera. El libro de Moreno Fraginals, publicado en Cuba cuando el autor residía en la isla, casi un coffee table book por sus excelentes ilustraciones, fue recibido con elogios dentro y fuera de Cuba. Pero sucedió que Fraginals decidió exiliarse en Miami y su libro cayó en un olvido voluntario: no aparecía por ningún lado en Cuba- hasta que Fraginals murió y su obra maestra fue rescatada del olvido a que la habían condenado en la isla-. Fue casi un renacer de El central. El autor murió y con su muerte hizo volver a la vida a su libro.
El caso más reciente y más extremo fue el de Reinaldo Arenas. Como saben los que han leído su testamento político o hayan visto su biografía fílmica, Antes que anochezca, Reinaldo fue un exiliado combativo (y combatido desde Cuba con el silencio) y un vocero contrarrevolucionario. Tanto que es su testamento político (que la película omitió) y allí declara culpable de su suicidio no al régimen sino a Fidel Castro directamente. Antes que anochezca tiene como epílogo una visión de PM, el corto metraje que hicieron Saba Cabrera, mi hermano, y Orlando Jiménez. Allí, después de la fiesta de colores que es la película, era una esquela en blanco y negro, la peliculita siempre una obra maestra. El éxito de Antes que anochezca, la película, se reflejó en las ventas de las memorias de Arenas y ha sido vista en todas partes como su testamento y su memoria póstuma.
Ahora viene la última edición de rescate de Arenas. Hay que recordar que Reinaldo en Cuba sólo mereció el silencio y la calumnia y la cárcel y que era un enemigo acérrimo del régimen de Castro y una víctima histórica y, lo que es más flagrante, literaria también. Pero hay una coda que es un festín para las auras. Acaba de aparecer en Cuba una entrevista ¡con la madre de Arenas! Esta pobre señora fue una madre que Reinaldo veneraba. Ahora es una buena revolucionaria que ha perdido a su hijo que deviene, en sus palabras, un revolucionario equivocado, a punto de regresar a Cuba, después de fugado y calumniado y odiado como ninguno. La madre ejemplar ha recibido un premio y Fidel Castro le ha dado un apartamento en un edificio dedicado a alojar a escritores y artistas del régimen. A cambio sus palabras hieren la memoria de Arenas de una manera abominable. Hay que hacerse, sin embargo una pregunta, ¿quién de los poetas y pintores y escritores desaparecidos en el exilio y ausente de la historia revolucionaria reaparecerá como una carroña digestible? Puedo proponer varios, el eminente historiador Levi Marrero, muerto en Puerto Rico hace dos años, el poeta Eugenio Florit, muerto nonagenario en Miami (noticia de último minuto: ya se prepara en La Habana una antología del poeta que nunca mencionaron en Cuba vivo) y, ¿por qué no decirlo, para volver a la proposición de Retamar, yo mismo? La costumbre me hace poner al pie de página un aviso de copyright, que el régimen comunista no reconoce, y no se salta porque me exalta.





Tomado de El País, 2004.